
“¿Estás bien?”, preguntó Franco. Desde hacía unos minutos había notado el sueño inquieto de Thiago. Similar a la noche anterior, pateando suavemente la sábana, balbuceando palabras incomprensibles, agitado. Había pasado la noche en vela, acariciando sus cabellos y abrazándolo. Durante la siesta no había mejorado, sino más bien se había intensificado. Motivo por el cual había dormido sólo un par de horas, pero no le molestaba realmente.
“Sí, sí... Voy al baño”, se puso de pie de un salto y camino presuroso hacia el cuarto.
Se sentó en el borde de la cama, mirándolo alejarse. Por la mañana lo había despertado el aroma de la panificación. No estaba seguro a que hora se había levantado Thiago, pero en ese tiempo había producido unos bizcochos para desayunar. Al cabo de unas cuantas rondas de mate, de manera repentina, había decidido marcharse, bajo la excusa de tener que lavar ropa y limpiar el departamento, aunque en realidad era para dejarlo dormir, su cara de desvelado debía ser evidente. Pero no podía dejarlo solo, no luego de los recuerdos que había destapado la noche anterior.
Así que le propuso ayudarlo para pasar el día juntos, oferta a la que no pudo negarse. Pasó la mañana siguiendo a Thiago mientras lavaba la ropa y limpiaba, ayudando a limpiar los vidrios y repasar los muebles, charlando y bromeando. Luego de almorzar se habían acostado haciéndose arrumacos hasta dormirse, extenuados.
Suspiró, bajando la cabeza. Los restos del preservativo que había usado estaban en el piso, junto con el sobre vacío y unas cuantas servilletas de papel hechas un bollo. Se inclinó para recoger los residuos y tirarlos a la basura cuando su cabeza golpeó el borde del cajón entreabierto de la mesa de luz, haciéndole soltar un insulto por su estupidez. Miró el cajón, en su interior había preservativos sin usar, lubricante, el tipo de material que Thiago siempre tenía a mano. Debajo de unos papeles, sobresaliendo apenas, reconoció el colorido borde redondeado. Lentamente tiró de ellas para sacarlas, mirándolas asombrados. Dos fotos deslucidas y algo borrosas por el tiempo.
Salió del baño secándose el cabello, prácticamente había sumergido la cabeza debajo del agua fría para refrescarse y borrar de su mente la sensación de la pesadilla. Lo encontró allí, absorto, sentado en el borde de la cama. Se sentó junto a él para ver que estaba contemplando con tanto interés, cuando un escalofrío recorrió su espalda.
“¿Este chiquito sos vos?”, la pregunta sonó suave en sus labios. Era una foto muy tierna con tres niños, que no cabía duda eran hermanos. Manchados de barro hasta en sus remeras y pantalones cortos, sonriendo felices en un patio con pasto verde bordeado por paredes blancas, al rayo de un sol que se notaba intenso. Mismos cabellos negros, mismo corte de pelo con flequillo despeinado, mismos ojos turquesa brillantes y piel trigueña, mostrando a la cámara una perfecta hilera de dientes blancos. El más pequeño abrazando feliz una pelota, como si fuera su tesoro más preciado, mientras los dos mayores se acuclillaban a cada lado.
Asintió, mirando la fotografía de reojo. “Ahí tenía cuatro años”, señaló con su índice al mayor de los niños, “Este es Alex, debía tener... diez años”, corrió su dedo, tragando saliva pesadamente, “Este es Joaco, tenía siete años en ese momento”, y luego señaló al más chiquito, “Y ese soy yo. Ese día... salimos a jugar a la pelota al patio, luego de estar encerrados como dos semanas porque no paraba de llover... así que el patio estaba un asco de barro... me acuerdo que mi vieja nos sacó la foto y luego nos metió a los tres abajo de la ducha”
Sonrió, mirando detenidamente la fotografía. Los rasgos de sus hermanos eran mucho más angulosos y marcados mientras los de él eran más redondeados. Sacó debajo la otra foto, donde una pareja sonreía abrazando a un niño. No cabía duda que era Thiago, un poco más grande, frente a una gran torta de cumpleaños con la vela encendida, esperando a ser apagada. El hombre tenía un cuerpo atlético y notables rasgos aborígenes, pómulos altos y profundos ojos negros. La mujer contrastaba con su blancura al punto de oscurecer la blanca pared del fondo, en su rostro resaltaban dos grandes ojos turquesa enmarcados por su cabello negro y lacio que caía a los costados.
“Ahí cumplía seis años”, dijo con mirada melancólica, tomando la foto, contemplando a la pareja de pie detrás de él. “Y estos son mi mamá y mi papá”, dijo pasando el pulgar suavemente por la imagen de su madre, con el sentimiento de quien está observando a alguien querido.
“¿Nunca... volviste a tu casa?”, preguntó Franco, ocultando la pena que le provocaba ver la añoranza en sus ojos.
Thiago dio un respingo, negando con la cabeza. “Solo... una o dos veces al año llamo desde un teléfono público... Para el cumpleaños de mi mamá...”, arrugó la nariz para denotar lo difícil que era para él, “Pero no hablo, me quedo mudo, no me salen las palabras... Mi mamá sabe que soy yo, cuando atiende y nadie le contesta, de alguna manera sabe que... soy yo”, dijo encogiéndose de hombros.
“¿Y qué te dice?”, preguntó intrigado por el extraño sexto sentido que pueden tener las madres. Menos la suya probablemente.
“Que vaya a casa, que me extraña... hace unos tres años me dijo que... mi papá... se murió... que está sola”, tragó saliva mirando fijamente la fotografía de sus padres, “A veces hablo de él como si estuviera vivo, porque... es como que no caigo que ya no está”, chasqueó la lengua en un gesto de resignación, apoyando los codos sobre sus rodillas, entregándole la foto.
Lo observó pasmado. “Lo siento. ¿De qué murió?”, preguntó imaginando la difícil situación de enterarse sobre la muerte de su padre por teléfono, siendo incapaz de despedirse apropiadamente.
“Ataque cardíaco... mi mamá dijo que... hasta último momento estaba arrepentido de no poder verme... para pedirme perdón”, quedó un momento mirando fijo el piso frente a él, reviviendo en cámara lenta la última conversación con su padre. Los gritos coléricos, el revuelo de sillas, los platos con comida destrozándose en el piso, el dolor del golpe en su rostro. Suspiró, notando su mirada paciente, esperándolo procesar su dolor. Se puso de pie, algo incómodo por exponer otra de sus debilidades, sintiendo como Franco había logrado derrumbar una más de sus invisibles barreras protectoras.


Asombrado por la actitud posesiva, pero no disgustado, comentó, “¡Pero que estamos de buen humor!”, cerrando la puerta tras de si.
Sonrió mientras comenzaba a llevar las bandejas de comida hacia la cocina para calentarlas. En efecto, había recibido una oferta laboral que había aceptado sin dudar, “Los dos cocineros del turno de la mañana renuncian, se van a abrir su propio restaurante”, explicó como algo natural y sin relevancia, “Y como el chef no quiere meter a alguien nuevo que desconozca el manejo del restaurante, nos propuso que uno de los dos nos pasemos a ese turno y así puede contratar personal nuevo”, contó sin detener sus movimientos mientras volcaba sendos contenidos en platos, “Conociendo a Miki, sé que le encanta trabajar en el horario en el que estamos, así que... a partir de la semana que viene, cambio de horario”, finalizó mirándolo con una sonrisa feliz.
Sorprendido ante la actitud tan positiva que contrastaba con la del último par de semanas, desde que le había contado su terrible historia, preguntó, “Bueno... parece que eso te hace feliz”
“¡Sí! Es genial trabajar en otro horario”, se acercó y lo tomó por los hombros, “Entro a las ocho de la mañana, salgo a las diecisiete”, le dio otro beso eufórico, “Me queda el resto de la tarde libre, sino siempre tengo la sensación que tengo el día al revés, duermo de mañana trabajo de tarde hasta la noche”
Franco recibió el beso embelesado por el brillo de felicidad que radiaban sus ojos. “No entiendo nada, pero... ¡Felicitaciones!”, balbuceó levantando los brazos en vano para devolver el abrazo, Thiago ya había vuelto a dedicarse a los platos. Estaba lleno de energía, la noticia parecía haberlo revitalizado de manera asombrosa.
Largó una carcajada, viéndolo de soslayo, con su expresión en blanco. “Es que... el restaurante no es tan grande, es reconocido, pero tiene poco personal. Terminamos cumpliendo dos roles, de supervisores y cocineros al mismo tiempo. Y a la tarde... me agoto. Ahora me deja más tiempo libre, puedo descansar, nos podemos ver mas temprano...”
Asintió mientras lo veía acomodar la comida de manera eficiente y automática, como si estuviera haciendo la presentación del plato para el restaurante. “Entonces... ¿no te vas a cruzar más con Miki?”
“Sí, nos cruzamos igual. El entraría a las 15, como ahora. Y tenemos un par de horas para que le pase las novedades y sincronizar para el siguiente turno”, comentó metiendo los platos en el microondas para darles una calentada rápida. Lo tomó nuevamente por la cintura para acercarlo hacia él y darle un beso, hasta escuchar el pitido que anunciaba que había terminado el primer plato. Ingresó el segundo digitando los controles.
Boquiabierto, pensaba que era poco común verlo tan emprendedor. Normalmente era él quien iniciaba los acercamientos, los besos, las caricias en la relación durante los últimos dos meses. Dos meses en los cuales ni una sola vez había logrado que fuera sincero con sus sentimientos, pareciendo un eco repetitivo de un te amo que caían a un abismo vacío. Ni una sola vez había escuchado respuesta, Thiago sólo callaba. Apoyó su espalda contra la pared de la cocina, metiendo su mano en los bolsillos. “Bueno, por lo menos con las buenas noticias te entusiasmas y me avanzás”, comentó en tono sarcástico, consciente que no eran las mejores palabras para definir sus pensamientos.
Thiago frenó en seco sus movimientos, apoyándose en la mesada para verlo suspicazmente. “¿Vos querés que yo te avance?”, preguntó ladeando la cabeza hacia un costado, “Yo creo que... no tenés idea que estás diciendo”. Comenzó a acercarse lentamente con actitud felina, colocando una mano en su mejilla para acariciarlo suavemente mientras la otra lo tomaba de la cintura de manera laxa. “Vos... estás acostumbrado que... te avancen mujeres, que son suaves y dulces”, su tono de voz sonaba meloso.
Embobado por las caricias, Franco entrecerró los ojos, recibiendo unos besos apacibles de parte del moreno. Repentinamente, el agarre en su cintura se hizo mas firme, la mano que acariciaba su rostro lo tomó resueltamente por la nuca y pudo sentir los labios de Thiago acercarse a su oreja.
“Pero... los hombres no avanzamos así”, susurró en su oído. Recibió la mirada desconcertada de Franco a tiempo para devorarle la boca con un beso apasionado, clavando el muslo en su entrepierna. Cuando estuvo a punto de dejarlo sin aire, bajó recorriendo su cuello con besos ardientes acompañados de pequeños mordiscos, escuchando los esfuerzos por tomar aire entre jadeos agitados, sintiendo su cuerpo temblar en sus manos. Volvió a su boca para darle un beso simple, aflojando el agarre, haciendo un paso hacia atrás con las manos en alto al tiempo que el microondas pitaba anunciando el final de su programa. Retiró el plato tomando el otro con su mano, pasando a su lado en dirección a la mesa, “¿Comemos?”
Quedó allí unos segundos apoyado contra la pared, con las rodillas flojas, sin reacción, totalmente atónito, mientras su corazón comenzaba a desacelerarse. Lentamente movió su cuerpo para llenar las tazas con agua y sentarse a la mesa. Comenzó a comer mientras conversaban sobre el tiempo libre de Thiago a partir de la semana siguiente, como podían verse más temprano en lugar de los horarios extraños de la medianoche.

Franco aclaró su garganta, “Lo de antes... Hace tiempo que te quiero preguntar...”, ladeó su cabeza levemente para darle de énfasis a sus palabras, “¿Vos... me querés dar a mí?”
No pudo contener la risotada, tomándose el estómago con su lagrimales húmedos. En un esfuerzo por ponerse serio, volvió a recostarse, “¡So' má' lindo vo'!”, halagó con su tierna tonada rosarina. Pegó una larga pitada al cigarrillo mientras Franco lo observaba divertido por su reacción. “Por supuesto que...”, se detuvo largando un suspiro, “No voy a ser delicado... Me muero de ganas de partirte al medio... Y es más divertido cuando se puede... intercambiar posiciones”, afirmó sin dejar de de mirarlo a los ojos.
Sus cejas se combaron ante la honestidad salvaje con la que se había expresado, no muy propio de Thiago. Comúnmente era bienhablado, excepto cuando estaba completamente ensimismado durante el acto pasional, en ocasiones susurraba alguna grosería a su oído, provocándolo, encendiéndolo cien veces más.
Volvió a suspirar, tornando su mirada dulce, acomodando sus cabellos rubios irremediablemente enmarañados. “Pero nunca voy a hacer algo que vos no quieras. Jamás. Me puedo morir con las ganas, no hay problema”
Sintiendo como algo se derretía dentro suyo ante la actitud acaramelada de Thiago, tomó la mano que la acariciaba, besando su muñeca suavemente. “Hagamos un trato”, comenzó a hablar de manera pausada, llevando la mano de Thiago a su corazón, “Cuando vos te... decidas a ser honesto y decirme lo que sentís por mí, yo... dejo que me partas al medio”, parafraseó repitiendo sus palabras con una sonrisa.
La carcajada hizo eco en el departamento, no sólo a causa de lo remoto e imposible de la situación, sino también porque “Pareces una quinceañera hablando de perder su virginidad”, bromeó mientras terminaba su cigarro. Dejó caer su cuerpo hacia un costado, aún riendo, apoyando la cabeza en el regazo de Franco, cerrando los ojos exhausto.
“Bueeeno, algo así”, dijo Franco acompañando la risa.


“Quedate cerca mío, está lleno de lobos por acá”, dijo sonriente.
Al abrir los ojos vio esos ojos turquesa, bloqueando la luz incandescente del boliche. Comenzó a seguirlo, sintiendo como apretaba su mano fuertemente para no perderle entre la multitud. Recorrió con la mirada su brazo hasta llegar a sus amplios hombros, escudándolo de los ojos hambrientos que lo escudriñaban al pasar. Giró la cabeza, detrás de él venía Miki, Willy y Pepe, que ya había comenzado a zarandearse al ritmo de la música.
Por la tarde lo había observado recibir el diploma con una contagiosa sonrisa, aplaudiendo orgulloso, consciente del esfuerzo que había puesto para llegar hasta allí, al momento en que finalmente obtenía el título oficial de Chef Internacional. Aplaudió hasta que le ardieron las palmas de las manos cuando anunciaron el diploma al mejor promedio con su nombre. Luego habían festejado en la casa de Willy, con asado, cerveza y vino, brindando por el logro de Thiago y Miki. Y para coronar la noche de festejo, habían decidido ir todos juntos al boliche. Pero quizás el vino y la cerveza habían sido excesivos, los cinco habían llegado caminando a los tumbos por la calle, entonando canciones y riéndose de estupideces. El recinto del boliche giraba a su alrededor y lo único que podía enfocar era su espalda cubierta por la tela de la camisa negra. Thiago se detuvo bruscamente, provocando que chocara contra él, abrazándose a su cintura para no perder el equilibrio, y a su vez, en un efecto domino, el resto de la comitiva colisionó tras él, estallando en carcajadas de borrachos.
Thiago señaló un rincón y presurosos se adueñaron del lugar. Tiró de la mano de Franco para hacerlo sentar, su tolerancia al alcohol era increíblemente baja. Sentía el efecto en su cuerpo, pero jamás llegaba a estado de casi desmayo. Observó a su alrededor, el mismo boliche de siempre, con su música retumbando en el piso y las luces rebotando en los espejos. Miki y Pepe comenzaron a moverse libres, siguiendo el ritmo, no pudo resistir el instinto de unírseles en el baile.
“Ah, ya no estoy para estos trotes”, exclamó Willy sentándose a su lado con una botella de cerveza y varios vasos plásticos apilados. Comenzó a verter el líquido en los vasos, repartiendo para todo el grupo. Hicieron otro brindis.
La cerveza fría se sentía refrescante en su garganta, bebió a sabiendas que no era conveniente meter más alcohol en su organismo, hasta que sintió la mano de Thiago deteniendo el empine de su vaso.
“Cortá que después te voy a tener que llevar a la rastra”, dijo el moreno con una amplia sonrisa.
Embelesado, actuando por instinto, estiró su mano, enganchando sus dedos en su cinturón, arrastrándolo hasta él para darle un profundo beso, sintiendo los brazos de Thiago rodear sus hombros, respondiendo ardientemente. Se detuvo al escuchar la conocida voz a su lado hablando entre risitas.
“¡Pero que lindo que ha avanzado esto!”, exclamó con su clásica tonada española.
Ambos giraron la vista para ver a Rodrigo, allí parado junto a ellos mordisqueando un vaso con sonrisa pícara. Extendió la mano para saludarlos, respondiendo con un apretón de manos.
“¿Desde cuándo? Si se puede saber”, preguntó curioso, señalando a ambos con el dedo.
Thiago lo miró, era evidente por sus ojos vidriosos que no estaba en condiciones de responder. “Más de dos meses”, contestó subiendo un poco el tono de voz.
Rodrigo se inclinó hacia Franco, percatándose de su mirada perdida, “Pues, que si te cansas de este, me avisas”, habló fuerte a su oído, para que el otro lo escuchara claramente.
Rodeó con sus brazos su nuca, haciendo que inclinara su cabeza para alejarlo del español y su mirada de depredador voraz. “¡Shuuu, shuuu, fuera!”, largó en tono despectivo, como quien está alejando a un insecto.
Con su nariz incrustada contra el pecho del moreno, Franco escuchó como el español reía fuertemente y saludaba al resto del grupo. Se acomodó, oliendo el olor propio de Thiago debajo del perfume y el desodorante, con los sentidos adormilados por el alcohol. Enderezó la cabeza para encontrarlo devolviéndole la mirada con una sonrisa radiante, chequeando un par de veces si estaba bien y apartándose para reintegrarse al baile. No sabía bien en que momento se habían sumado Manu y Juani, que lo saludaron divertidos por su evidente estado de ebriedad.
“Creo que no te voy a servir mas cerveza”, exclamó Willy a su lado al tiempo que abría una nueva botella.
Se encogió de hombros bebiendo de un trago el remanente y extendiéndole el vaso para que vertiera el líquido. Un poco más, un poco menos, tendría que haberse detenido al segundo vaso de vino, pero la algarabía general del grupo lo había hecho beber sin percatarse de su estado. Le resulto divertido la manera graciosa en la que bailaban los tres, inventando movimientos y pasos. Observó de soslayo a Willy, mirando detenidamente a Pepe, propulsado por su ebriedad no pudo contenerse, “¿Cuándo te vas a animar a decirle lo que sentís?”, comentó arrastrando las palabras.
Willy giró bruscamente con un gesto mezcla de miedo y asombro. “¿Qué? ¿A quién?”, exclamó intentando hacerse el desentendido.

“Eso... viniendo de un borracho a esta hora de la noche... no es un consejo muy sensato”, continuó mientras empinaba el vaso de cerveza.
Con el rostro más solemne que le era posible a su estado, lo enfrentó. “Vos me ayudaste a mi, mucho... Me ayudaste a darme cuenta que estaba actuando como un boludo”, hizo una pausa para tomar otro trago, “Y me dijiste algo muy importante... Si iba a mantener la relación platónica o estaba dispuesto a avanzar... En tu caso es distinto, vos decidiste por tu propia cuenta que era platónico... Nunca le diste una oportunidad”, aclaró su garganta, “Podés encamarte con otros flacos, imaginarte que es él... pero no le vas a encontrar un reemplazo”
Willy suspiró pesadamente, mirando sus manos sosteniendo el vaso. “Para mi... siempre fue más importante mantenerlo como amigo...”, apretó los ojos tomando fuerza para hablar, “Sé que es una actitud cobarde, pero... prefiero esto a que me empiece a evitar y no verlo nunca más”, se encogió de hombros.
“Yo creo... mas bien estoy convencido que puede llegar a sorprenderte la reacción de Pepe”, concluyó la frase ladeando la cabeza mientras observaba a Pepe, ensimismado en su baile, ausente del caos que lo rodeaba.
Willy arqueó las cejas, parpadeando sorprendido. O desconocía algún hecho específico, o bien Franco había hecho un análisis más objetivo de la situación. Pero una pequeña luz de esperanza comenzó a brillar en sus ojos al volver a mirar a Pepe. “No sé, me da un miedo terrible meter la pata”, comentó.
Lo codeó en las costillas sin medir la fuerza, lo que a él le pareció un golpe suave provocó que Willy se inclinara de dolor frotándose la zona soltando un insulto. “Animate”, dijo con mirada cómplice. Volvió la vista hacia Thiago justo para ver al enano rubio pasando un dedo sensualmente por su espalda, provocando que se enderezara como un soldado a punto de hacer la venia. Lo vio voltearse para saludarlo, intercambiando unas palabras con Ramiro, que lo miraba con los ojos bien grandes de manera sugestiva. Desde donde se encontraba no llegaba a escuchar, pero pudo deducir por el gesto en su rostro un cierto grado de decepción mientras se despedía continuando su marcha. De forma recelosa, achicó los ojos mirando al moreno al tiempo que este levantaba las manos aludiendo inocencia.
La música comenzó a bajar el ritmo hasta que comenzaron a sonar los acordes de un lento. Thiago contempló las parejas acarameladas que comenzaban a apiñarse en la pista mientras sorbía de un trago el remanente de cerveza en su vaso. Repentinamente sintió a Franco tomando su mano, pasando intencionalmente delante de él para captar su atención. Lo siguió con la mirada asombrado mientras comenzaba a arrastrarlo. Extendió el vaso vacío hacia Miki para comenzar a seguir su sonrisa hasta alcanzarlo y rodear su cuello con su brazo. Franco pasó la mano por su cintura, atrayéndolo hacia él, provocando que largara una exhalación apresurada ante la compresión. “¿Qué es esto?”, su voz sonaba entre divertida y sorprendida.
“Bailar lento. ¿No era lo que querías? ¿Alguien que fuera serio con vos?”, susurró a su oído pasando su otro brazo por sus hombros.
Ya fuera por las palabras o por el soplido en su oído al hablar, le provocó una electricidad que recorrió su espina dorsal. Sintió como una aguja atravesaba su pecho mientras Franco besaba dulcemente sus labios, hamacándose lento al compás de los acordes acompañados por una voz melosa. Era consciente que el sentimiento se reflejaba en sus ojos al mirarlo por mucho que quisiera evitarlo. Escondió su rostro en el ángulo entre su cuello y su hombro, “Mirá' que so' romántico vo', ¿eh?”, murmuró adrede con tonada rosarina, provocando una sonrisa para enfriar el momento.
“Creo que es la primera vez en mi vida que soy romántico... Sólo con vos”, dijo Franco. Cerró los ojos, captando con todos sus sentidos la oleada de sentimientos que emanaban del moreno.

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