
“¡Que lluvia de mierda! Venía cruzando la plaza y se largó a llover con todo”, vociferó para sobrepasar el ruido de la tormenta golpeando en los vidrios. Comenzó a sacarse la campera y las zapatillas para no dejar charcos por todo el departamento.
“Estás helado, sacate la ropa y pegate una ducha”, dijo Franco tocando su pecho, toda la ropa estaba mojada.
“Bueno, hay otras formas de hacerme entrar en calor”, bromeó Thiago, sus dientes golpeteaban levemente al tiritar por el frío. Ambos habían comenzado a reírse cuando un fuerte estruendo se escuchó retumbar por todo el departamento. El gesto fue instintivo, se aferraron uno al otro en un acto de protección mientras sentían vibrar el suelo bajo sus pies por la repercusión del trueno. Luego la oscuridad total.
“Mierda, se cortó la luz”, podía sentir la respiración helada de Thiago contra su cara, frotó sus brazos para darle calor mientras lo sentía rebuscar en los bolsillos del jean hasta encontrar el encendedor para iluminarlos. “Tengo velas en la cocina, esperame que las busco”
Quedó allí junto a la entrada, sintiendo todo su cuerpo gotear mientras un charco se iba formando a sus pies, abrazándose a si mismo en la completa oscuridad interrumpida ocasionalmente por algún relámpago. Hasta que vio el tenue resplandor de la vela aproximarse.

Su cuerpo fue adquiriendo temperatura, se sentía muy bien el calor del agua mientras pasaba jabón por su cuerpo. A través de la mampara translúcida, lo observó volver a entrar con un toallón para que se secara al salir.
“¿Estás mejor?”, pregunto Franco asomando por el borde de la mampara.
Sus ojos tan bonitos y redondos mirándolo con preocupación, su cabellos mas cortos ahora que Pepe había hecho su magia, pero igualmente despeinados, con sus manos en los bolsillos del bali, encogido de hombros por el reducido espacio del baño. No pudo más que inclinarse y propinarle un beso, rociándolo con algunas gotitas de agua tibia. “Ahora sí”, dijo mientras tomaba la parte baja de la camiseta estampada y comenzaba a tirarla para arriba, dejando al descubierto su abdomen terso.
Franco miró la mano que se colaba por debajo de su ropa, entendiendo la insinuación, “Eh... me bañé a la mañana, pero bueno... no tengo problema, me baño de nuevo”, bromeó a la vez que desnudaba su torso rosáceo y perfecto. Hizo un gesto de espera y se alejó al trotecito, para volver con una par de preservativos en la mano, conociendo la paranoia de Thiago, actuando antes que lo mencionara.
Cruzó los brazos por detrás de su cuello, arrastrándolo con él bajo el agua caliente, besándolo profundamente mientras sentía sus manos acariciar su espalda, bajando hasta sus nalgas. Se recostó contra la pared azulejada, ofreciéndole su cuello, mientras enredaba una pierna en la de él, acercando sus caderas.
Lamió cada una de las gotas que caían por su cuello, su pecho, sediento de esa piel trigueña que brillaba a la luz de la vela. Tomó ambos miembros con su mano por el tallo, frotándolos vigorosamente, mientras la mano de Thiago se unió sobre la suya en el movimiento. Jadeantes, sus quejidos tapados por la ducha, ocasionalmente algún trueno los hacía sobresaltarse, causando aún más excitación.
“Alcanzame un pitufo”, le susurró, mordisqueando el lóbulo de la oreja. Unos días atrás, Franco bromeando, los había llamado de esa manera por el azul de los sobres, y había quedado instaurado el alias a modo de seudónimo entre ellos. Le colocó el preservativo en el miembro, con sus dedos resbalando entre el lubricante y el agua. Apoyó las manos en su pecho para separarlo unos centímetros con su mirada encendida y volteó dándole la espalda, apoyando la frente contra los azulejos húmedos y sacando sus caderas hacia afuera, esperando la acción.
Acarició las cicatrices de su espalda, provocando un respingo incómodo en el moreno, besando suavemente los surcos que cruzaban sus omóplatos. Lo penetró lentamente para no causarle dolor, dejando que el lubricante hiciera su trabajo, besando su nuca, mordisqueando sus hombros, recorriendo su pecho con sus manos. Tomó su miembro con la mano derecha, apretando suavemente el bálano provocando que su espalda se arqueara, soltando un quejido de deleite, para proseguir masturbándolo. Aumentó el ritmo hasta sentirse explotar, mordiéndose los labios para esperarlo, que juzgando por el movimiento de caderas de Thiago, era inminente.
Se encontró escurriéndose entre sus dedos, disfrutando de ver como el líquido blancuzco rociaba los azulejos frente a él, sintiendo el ímpetu de Franco al acabar. Quedaron allí un momento, inmóviles, intentando recuperar el aire intoxicado de vapor. Giró la cabeza hacia el lado de la ducha, abriendo la boca para beber del agua que caía, tosiendo atragantado.
“¡Auch, no tosas cuando todavía estoy adentro tuyo!”, exclamó Franco apoyando la frente contra su espalda, retorcido a causa del dolor que le había causado la súbita constricción. Thiago largó una carcajada, “¡Ah, tampoco te rías!”, sintió como empezaba a respirar, para relajarse y tiró rápidamente para no quedar aprisionado por esos músculos tan potentes.

Se dejó caer sobre el sofá que enmarcaba la sala, observándolo preparar la cafetera para que comenzara a filtrar. Miró su ropa prestada, pero seca. Al salir de la ducha Franco abrió su ropero en búsqueda de ropa para ambos, rápido, para no perder el calor. Había bromeado anteriormente sobre la cantidad de pantalones bali que tenía, ya que era una vestimenta bastante habitual en él, pero era aún más asombroso verlos apilados en un estante. “Es que son prácticos. Y baratos”, había exclamado con sus cabellos rubios revueltos y aún goteando mientras le entregaba uno para que se vistiera. Debía reconocerlo, eran cómodos y la tela se sentía suave contra la piel.
A medida que se aproximaba no dejó de admirar lo hermoso y frágil que se veía allí, sentado en un ovillo, aferrándose las rodillas, iluminado por la tenue luz. Luego de la energizante ducha y la cena romántica a la luz de las velas, forzada por la falta de electricidad, pero romántica al fin, había logrado convencerlo que se quedara a dormir. La terrible tormenta que azotaba los vidrios había servido como la excusa perfecta, sumado al hecho que al día siguiente tenía descanso en el restaurante. Primera vez en más de un mes que estaban juntos que accedía a quedarse, era un gran paso que demostraba que Thiago comenzaba a confiar en él. Se sentó algo emocionado, como niño frente a un presente nuevo. Acarició sus cabellos, aún húmedos, contemplando su cara de adormilado, preguntó “¿Seguro que querés un café? Me parece que estás más para la almohada que otra cosa”
“Sí, sí, mañana es mi día libre, no me quiero dormir todavía”, comentó refregándose los ojos.
Acomodando de manera dulce unos mechones rebeldes que caían sobre su frente, comentó, “Vas a ver que rico que es este café, me lo recomendó Willy”
Achicó los ojos, mirándolo desconfiado, “¿Y de'de cuándo te llevá' ta' bien con el Willy vo'?”, preguntó soltando su rosarino nativo.
Boqueó como un pescado por unos minutos, “De vez en cuando pasó a tomar unos mates con él cuando salgo de la facultad”, se defendió, “Es buen tipo Willy, hubiera sido un excelente terapeuta”, continuó despeinándose los cabellos, “Y... ¿Viste cuando te fuiste a Mendoza?... Ehmm, bueno, él me ayudó a darme cuenta que me estaba portando como un boludo”
Thiago lo miró fijamente, “¿Willy te ayudó a...?”, completó la frase con un gesto de asombro, súbitamente comprendió el cuadro. Había sido Willy el que había ayudado a destapar la olla de sentimientos reprimidos de Franco, de ahí habían nacido la tonelada de mensajes que lo habían bombardeado durante su viaje de egreso. Tomó nota mental de agradecerle después. “¿Y por qué decís que hubiera sido buen terapeuta?”

“Wow, lo analizaste todo”, dijo observando como estaba entrando en ese estado de trance tan característico en él, “¿A Pepe también lo analizaste?”
Arqueó las cejas, sin apartar la vista de la ventana, “Pepe... es muy sensible, se deprime muy fácil, aunque siempre trata de mostrar su cara feliz y es perseverante con sus intereses. Sufrió mucha intimidación y acoso de sus pares durante la niñez y adolescencia, probablemente por ser menudo y amanerado, lo cual provocó que esté siempre a la defensiva y tenga poca autoestima”
Abrió la boca en un claro gesto de asombro, era tal cual lo que Pepe les había contado en confidencia, durante todo su paso por la escuela lo habían molestado, apodándolo con sobrenombres humillantes, y nunca había logrado hacer amigos verdaderos hasta conocerlos a ellos. “Increíble.”, exclamó mientras lo miraba sumergido profundamente en su estado hipnótico. “¿Y Miki?”
Sonrió. “Miki es un caso especial, es extremadamente sincero y se preocupa demasiado por las personas cercanas a él, casi hasta más que en él mismo. Pero sólo a las que él considera dignas merecedoras de su atención. Es muy selectivo con sus amistades. Pero toda su sinceridad y altruismo lo disfraza en bromas. Probablemente se haya dado cuenta de su homosexualidad durante la pubertad, lo cual provocó que sea algo introvertido durante la adolescencia al sentirse distinto, lo que lo llevó a ser solitario. Y por eso ahora no soporta la idea de estar solo, siempre busca estar con alguien aunque sea momentáneo”
No terminaba de salir de su asombro, había descripto a sus amigos con tal nivel de detalle, conociendo poco y nada sobre sus vidas personales, tan sólo aprendiendo sobre ellos en base a su observación y análisis, mientras se había mantenido normal y conversador durante esos breves encuentros. Mojó sus labios, quedando pensativo un instante, casi temiendo preguntar, “¿Y yo?”
Su mirada se suavizó, mirando las gotitas de lluvia tamborilear en la ventana, “Vos... sos muy fuerte mentalmente y tenés una voluntad increíble. Sos muy educado, reflexivo y bastante emocional, pero lo camuflas para no mostrar cuanto te afectan las cosas, porque sos muy desconfiado, lo cual lleva a que sea difícil acercarse a vos. Y eso se debe a que sufriste abusos terribles desde la pubertad y durante la adolescencia por parte de alguien cercano, un familiar, probablemente tu hermano del medio...”, se frenó, sacudiéndose de su trance, cayendo en la cuenta de lo que estaba diciendo. Volteó a mirarlo aterrorizado para encontrarse con esos hermosos ojos turquesa mirándolo cubiertos de tristeza.
Thiago bajó la vista atónito, abrazando más fuertes las rodillas contra su pecho.
Cargado de culpa, Franco lo abarcó con sus brazos, “¡Perdoname! Soy un boludo, no me doy cuenta lo que digo cuando me pongo así... No me hagas caso...”, besó su cabeza, repitiendo una y otra vez palabras de perdón, intentando hacer que saliera de su posición de ovillo.
“Está bien, no es tu culpa”, murmuró, “Yo pregunté, vos contestaste”.
Intentó hacerle levantar la cabeza, pero evadía su mirada, sus ojos se movían algo frenéticos de un lado al otro, tomándose fuertemente las rodillas, claros síntomas del comienzo de un ataque de pánico. Tomó asiento intempestivamente en la mesa ratona frente a Thiago, tomando su cabeza con ambas manos, forzándolo a que le devuelva la mirada. “Hay cuestiones que prefiero escucharlas de vos, que vos me las cuentes, y no... tener que saberlas por mis deducciones estúpidas”, tragó saliva, aflojando un poco la presión de sus manos, acomodando sus cabellos negros, “Prefiero escucharte a vos, que confíes en mi para contármelas”
Thiago paseó la vista entre él y la ventana, pensativo. “¿Desde... cuándo lo sabés?”
“Creo que... desde la primera vez que cenamos acá en el departamento”, balbuceó Franco, “Fui... deduciendo partes después”
Una sucesión de relámpagos iluminaban el departamento, seguido por la descarga del trueno. “Eso es... Fue hace un montón de tiempo... ¿Por qué vos...?”, balbuceó. Su mente comenzó a enmarañarse, sin llegar a comprender de que manera había logrado deducir tan precisamente su historia, o porque, con ese conocimiento, se había acercado a él.
Casi leyendo lo que estaba en su mente, se apuró a completar la frase, “¿Por qué me enamoré de vos sabiendo todo eso?”, sonrió, “Porque me enamoré de vos como persona, Thiago es Thiago, el pasado de Thiago es parte tuyo.”, completó señalando su corazón con el dedo. “Yo te amo a vos, por eso... prefiero escucharte a vos”
Su mirada perturbada, se suavizó levemente al escuchar esas palabras. “Yo...”, comenzó hablando despacio, tomando valor, “Yo nunca le conté a nadie toda la historia”
Franco alzó las cejas, “A nadie... ¿Psicólogo? ¿Amigo? ¿Nadie?”
Negó fuertemente con la cabeza, “No... los que lo saben, es porque les conté algo resumido, como... lo que dijiste recién... Nunca toda la historia”
Quedó atónito por un segundo, pensando en la fortaleza y valentía que requería enfrentar esa carga solo, todos esos años. Pegó su frente con la de él, “Mierda, sos tan fuerte”
“No soy fuerte”, murmuró con alivio, sintiéndose conectado por el toque de sus frentes.
“Sí, sos muy fuerte... mucho”, asintió Franco. Besó su frente y se puso de pie resuelto, “Voy a servir el café y... me contás”
Contempló mientras se alejaba, con inquietud se arrellanó en el sillón. Toda la historia. Implicaba recordar cosas que había intentando borrar de su mente con mucho esfuerzo, recuerdos que solo lo perseguían en pesadillas. Tuvo la sensación de estar abriendo una caja de Pandora de donde las memorias comenzarían a salir en borbotones. Tomó la taza humeante que Franco le ofrecía, oliendo el aroma del café, despertándose sin siquiera haberlo probado.
“Te escucho”, dijo sentándose como indio a su lado.

“Por donde quieras, el orden no importa”, expresó Franco con voz dulce.
Inspiró profundamente, apoyando la taza en la mesa ratona para prender un cigarrillo.

“¿Va' a volve' pronto vo'?”, preguntó Thiago, sin dejar de seguirlo con la mirada mientras buscaba sus pertenencias por cada rincón de la habitación.
Alex acomodó unas remeras dentro de la mochila gigante, intentando pensar si estaba olvidando algo para su partida. “Seguro, cabezón. Voy a trata' 'e vení' lo ma' seguido posible, to'o depende de si encuentro trabajo o no”, revolvió sus cabellos con una mano, “No e' como que te quedá' solo, e'tá el Joaco, mamá, papá”
Era consciente de eso, pero Alex era su hermano mayor, y estaba muy apegado a él. Nunca se había llevado muy bien con Joaco, siempre comportándose como un bravucón y creyéndose superior a los demás. Fue una sorpresa que al cumplir los dieciocho años decidiera ir a recorrer el mundo y buscar trabajo por ahí. Pero así era Alex, lleno de espíritu aventurero. “Ya sé... pero te vua' e'trañar”
Y así partió, despidiéndose de todos con un fuerte abrazo y la promesa de llamar seguido.
La vida continuó normal por un tiempo, entre la escuela y ayudar en la rotisería. Ahora que tenían más espacio, Joaco y él arreglaron la habitación, dejando la cama de Alex intacta para cuando viniera de visita.
Al poco tiempo, Joaco comenzó a comportarse extraño. Estaba en esa época de adolescente rebelde, salía con sus amigos, volvía a cualquier hora. Sus padres no se enteraban, porque la habitación que compartían tenía una entrada separada de la casa por un lavadero, así que podía cruzar el patio y entrar directamente. Thiago decidió no comentar nada, para no tener que soportar los malos tratos de su hermano.
Una tarde que Joaco estaba de buen humor, lo invitó a jugar al fútbol con los chicos del barrio. No recuerda porque accedió, si nunca iba con él a ningún lado, pero pensó que era una buena oportunidad para acercarse a su hermano.
Caminaron un largo rato, mientras él no paraba de preguntar adonde iban, si quedaba muy lejos. Hasta que la calle se convirtió en tierra y llegaron a una especie de taller abandonado. Estaba comenzando a caminar hacia atrás, desconfiado, algo no estaba bien. Todo lo amable que había sido Joaco desde que lo había invitado al partido había desaparecido en los últimos metros antes de llegar allí. Dentro del local, un hombre de unos cuarenta años, canoso, que Thiago jamás había visto en su vida, sonrió saludando a Joaco. Le entregó una buena cantidad de billetes y lo echó del local, tomando a Thiago del brazo y arrastrándolo hacia adentro.
Gritó, llamó a su hermano, pidió ayuda, lloró, pataleó. Y comprendió. Su hermano lo había vendido. Nada evitó que el hombre lo arrojara boca abajo contra una mesada de madera, le bajara los pantalones a la fuerza y lo violara salvajemente, el dolor era tan insoportable que casi se desmayó un par de veces. Intentó escapar, liberarse del aprisionamiento, pero con sus doce años y su cuerpo esmirriado era imposible que superara la fuerza del corpulento hombre que jadeaba desagradablemente en su nuca.
Cuando salió del negocio, arrastrando los pies con su cara manchada de tierra pegada a las lágrimas, encontró a Joaco sentado en la vereda, fumando mientras contaba los billetes. Comenzó a correr, desesperado, con toda la fuerza que le daba el cuerpo, adolorido y angustiado. Llegó a su casa y se bañó, tiró los pantalones destrozados y manchados de sangre a la basura para que su mamá no los encontrara al lavar la ropa.
Ni bien ingresó a la habitación, Joaco lo tomó del cuello, golpeándolo contra la pared, y lo amenazó de muerte si abría la boca y contaba lo que había sucedido. Y el miedo lo paralizó... durante el resto de su adolescencia.
Lo que se sucedieron fueron días de pesadilla eludiendo a Joaco. No le hablaba, no lo miraba a los ojos, intentando tener el menor contacto posible con él.
Hasta que una noche que estaba leyendo tranquilamente, Joaco volvió borracho. Lo arrinconó, increpándolo sobre porque lo esquivaba, “¿Vo' te cree' mejo' que yo?”, recordó que le dijo. Quiso huir, pero fue imposible. Joaco le pegó una trompada, seguida de varias patadas en su estómago, pudo sentir el gusto metálico de la sangre en su boca. Lo arrojó a la cama, arrancándole el pijama, y abusó de él, humillándolo, sosteniendo fuertemente su cabeza contra la almohada para ahogar sus gritos.
Y lo amenazó nuevamente, no solo con matarlo a él sino a toda la familia si contaba algo.
A partir de ese momento nunca se detuvo, tres o cuatro veces por semana. Joaco le pegaba, lo sometía, a veces incluso lo despertaba arrastrándolo de los pelos para tirarlo de la cama y abusar de él en el frío piso de cerámicos. Thiago había aprendido a soportar el dolor, no gritaba ni se resistía, cerrando los ojos y dejando que ocurriera lo inevitable para que no lo agrediera físicamente.
Todo empeoró cuando Joaco no sólo incrementó su toma de alcohol, sino que también comenzó a drogarse. Pasta base de cocaína, más conocida como paco. Esa droga que va matando las células cerebrales lentamente hasta que el receptor es un ente sin voluntad propia. Joaco no solo la consumía, sino que además la vendía.
Allí fue cuando comenzaron los cortes. No satisfecho con verlo soportar el dolor y la degradación de la violación sin quejas, decidió rebajarlo aún más. Joaco sacaba feliz su navaja de bolsillo y comenzaba a tajar su espalda mientras lo ultrajaba, sintiendo placer al escuchar sus chillidos, forzándolo a mostrarle como caían sus lágrimas mientras lo humillaba más y más insultándolo. A veces prendía un cigarrillo sólo para apagarlo contra su piel, lo volvía a encender y repetía el ciclo hasta aburrirse. En una ocasión, estaba tan drogado que intentó escribir sus iniciales, en lo que quedó como una maraña de cicatrices a la altura de su riñón derecho.

Se mantuvo callado incluso cuando Alex volvía de visita y le preguntaba si estaba todo bien, que lo notaba raro. Se calló. Y soportó.
Hasta que un día de verano, cuando ya había concluido el secundario, durante la cena su padre lo acusó de vago, comparándolo con Joaco que luego de ayudar en la rotisería, salía a hacer trabajitos y traía plata a la casa, ajeno que ese dinero era generado por la venta de drogas y quien sabe que otros modos tenía para conseguirlo.
Y explotó.
Contó todo, gritando como un loco, como Joaco lo violaba, su problema de adicción, sus amenazas constantes.
Y su padre lo tiró de la silla asestándole un golpe con el puño, al grito de “¡Você é um mentiroso!”
No lo soportó. Se puso de pie como pudo y corrió a su habitación. Armó el bolso, apresurado, conociendo el horario aproximado en el que Joaco volvía a casa. Tomó todo lo que consideró preciado e importante, documentos, título que abalaba que había completado los estudios secundarios, la poca ropa que se encontraba entre sus posesiones.
Contó el escaso dinero que tenía ahorrado. Lo suficiente para pagar un pasaje, pero no para sobrevivir por mas de un mes. Recordó la lata debajo de la cama, aquella donde Joaco guardaba la recolección de la venta de drogas, escondida bajo un cerámico flojo del piso. Era consciente que estaría en problemas si no podía entregar esa plata a su jefe, pero no le importaba, a esa altura, nada importaba. Al abrirla la vio rebalsando de dinero, lo tomó todo, incrustándolo a la fuerza en su mochila, sin detenerse a contarlo. Y huyó, cruzando el patio, corriendo por la calle como un loco. Alejándose de su hogar.

Pegó un sorbo del fondo de su taza, terminando el café que quedaba, cuando lo escuchó sonarse la nariz. No lo había mirado durante todo el relato, así que volteó a mirarlo intrigado por el sonido, para encontrarse con gruesas lágrimas resbalando por su rostro. “No... ¿Por qué estás llorando?”, preguntó apoyando la taza sobre la mesa ratona, abrazándolo instintivamente.
“Porque vos no llorás”, respondió rápido Franco. Había sido imposible contenerse, a medida que Thiago hablaba, sus emociones se dispararon imaginando el calvario por el que había sido sometido, generando escalofríos de terror. Tenía conocimiento que su historia no era un cuento de hadas, pero nunca imaginó que fuera tan conmocionante.
“No, no, no... No llores”, exclamó Thiago apartando las lágrimas con la mano. “Me prometí no llorar más por eso hace mucho tiempo, así que vos tampoco tenés que llorar” Sus ojos turquesa estaban nublados de tristeza mientras se esforzaba por formar una sonrisa con sus labios para animarlo, siendo él mismo quien merecía ser consolado.
Quedaron allí abrazados fuertemente durante un momento, acariciándose mutuamente para endulzar el trago amargo del relato, mientras escuchaban la lluvia torrencial golpeteando en los vidrios. Franco inhaló fuertemente, enderezándose con entereza. “¿Qué pasó después?”, preguntó, “¿Viniste a Buenos Aires?”
Thiago se reclinó un poco en el sillón, apoyando la cabeza en su hombro y estirando las piernas para cruzarlas sobre la mesa ratona. “No directo. Sabía que... ni bien Joaco se enterara, iba a salir a buscarme. Así que llegué a la terminal de ómnibus y consulté por el primer micro que me podía traer para este lado, dejarme lo más cerca posible. Salía uno para la Patagonia en treinta minutos, creo que para Comodoro Rivadavia o algo así, que cruzaba por Provincia de Buenos Aires... Lo más cerca que me dejaba era Junín. Así que saqué pasaje y me fui”. Encendió otro cigarrillo, pegando una larga pitada. “No sabía ni donde quedaba Junín en el mapa, pero no importaba, lo importante era... irme. En Junín esperé como una hora, más o menos, y me tomé el primer colectivo que venía para Buenos Aires”
Todo eso con tan sólo dieciocho años. Franco comparó con sus dieciocho años, cuando llegó a Buenos Aires desde Pinamar, con la llave del departamento que había heredado de su abuela, dos valijas con todas sus pertenencias y algo de dinero que le había dado su madre a modo de limosna, con la advertencia que era lo único que iba a darle para que estudiara esa carrera inútil, como ella la consideraba. Nada de eso, nada en su vida se asemejaba a lo que había pasado Thiago. Su vida había sido muy cómoda, disfrutando en la playa de surfear, asados con amigos, escuela privada. “¿Y qué hiciste acá? ¿Conocías a alguien?”
“No, nadie”, continuó mientras pitaba su cigarrillo, “Vine para esta zona, porque sabía que podía encontrar algo y me metí en el bar del gallego que está a un par de cuadras, porque vi que tenía un cartel que necesitaban un ayudante de cocina. Y se ve que el gallego se apiado de mí y me tomó a prueba. Al final me quedé laburando ahí un par de años. Él me recomendó el edificio donde alquilo el monoambiente, y ahí me quedé.”, hizo una pausa, pensativo, “Después me di cuenta que la plata no me alcanzaba por la inflación, así que me busqué otro trabajo. Y ahí lo conocí a Miki que hacía unos meses trabajaba en el restaurante...”
Tenía la pregunta en la garganta, sin atreverse a dejarla salir. Pero su curiosidad era más fuerte. “Y... ¿nunca intentaste salir con mujeres?”

Lo abrazó fuerte contra su pecho, acariciando sus cabellos, con la congoja trabada en su garganta.
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