Mordisqueó nervioso la uña de su pulgar, pasando las hojas del libro sin leerlas, mirando ocasionalmente la hora en su celular. Habían pasado alrededor de cuarenta y cinco minutos desde el último mensaje donde le había confirmado que iba a pasar. Ya había salido varias veces al balcón a ver si lo veía cruzar la calle en la esquina, la ansiedad lo carcomía por dentro. ¿Cómo enfrentarlo luego de diez días? Era evidente por sus contestaciones que aún estaba ofendido, pero dentro de su cabeza toda la situación había cambiado. Sólo para él. ¿Cómo podía expresarle a Thiago sus sentimientos sin que lo rechazara rotundamente? Era sabido que lo veía como otro heterosexual curioso, no iba a creerle una palabra.
Cuando finalmente sonó el timbre, pegó un salto asustado, parándose como si un resorte invisible lo hubiera impulsado. Tardó unos segundos, mirando confundido, hasta caer en cuenta que era el timbre del departamento y no el de acceso al edificio, algún vecino que iba entrando lo había dejado pasar. Caminó rápido y abrió de un tirón, saludando aliviado y feliz esos profundos ojos turquesa que lo miraban con asombro por el recibimiento. Su algarabía se convirtió en un serio gesto de preocupación al verlo sosteniendo un pañuelo manchado con sangre contra su mejilla izquierda, algunas gotas habían manchado su campera y rodaban por su mentón. “¡¿Qué te pasó?!”, exclamó Franco, arrastrándolo del brazo dentro del living.
Thiago se sacó la mochila, dejándola tirada en el piso, y se sacó la campera colgándola en el perchero junto a la puerta, ni aún herido iba abandonar su prolijidad característica, “Me crucé con un novio celoso”, contestó, buscando una parte seca del pañuelo para presionarla contra su cara.
Lo tomó del brazo y lo llevó hasta el comedor, haciendo que se sentara en una de las sillas mientras buscó presuroso el botiquín, balbuceando sobre la desinfección de la herida. Llevó la pequeña caja hasta la mesa, abriéndola, rebuscando dentro sin parar de enumerar entre murmullos los elementos que extraía.
Thiago lo observó, tan concentrado vertiendo agua oxigenada en una gasa, con sus cabellos dorados despeinados. Su piel se erizó al sentir el frío del líquido sobre el corte. Sonrió ante el pensamiento que vino a su mente, sin poder evitar soltarlo para cortar la incomodidad del silencio, “Es gracioso que tengas un botiquín completo de primeros auxilios y no tengas comida en la heladera”
Miró la herida, no era tan profunda como parecía, era un corte bastante superficial, sólo sangraba mucho por la zona donde se encontraba. Lo miró de reojo y sonrió, comenzando a relajarse, “Tampoco para tanto... hay dos tomates en la heladera... Y tengo el botiquín siempre a mano porque soy tan torpe que me corto hasta cuando me quiero preparar una ensalada”, dijo mostrando el dedo pequeño de su mano izquierda, donde lucía una curita para cubrir el corte.
Intentó largar una risotada, pero cuando sus pómulos se levantaron le recordaron la herida en la mejilla, emitiendo un sonido de dolor apagado. Era bueno verlo, poder hablar con él de manera normal, sin la incomodidad por lo sucedido, sin rencores.
Franco lo miró de reojo, aproximándose al corte para mirarlo con más precisión, la sangre casi había dejado de fluir, buscó otra gasa humedecida y la sostuvo firme para detener el sangrado, “¿Qué pasó?”, volvió a preguntar, buscando obtener más detalles.
Thiago tomó aire, “Venía cruzando la plaza y me crucé al novio de... del petiso de la otra vuelta”, hizo un gesto, ambos sabían de quien hablaba.
“¿El que te prepoteó en el boliche la otra noche?”, preguntó recordando el hecho.
“Ese mismo”, lo miró de reojo, viendo el rostro de Franco tan cerca al suyo, desvió la vista hacia la ventana disimulando su inquietud, “No se, me empezó a empujar, me insultó, me dijo que ahora le andaba dejando chupones por el cuerpo.. No me quedé callado, le dije que hacía diez días que estaba en Mendoza, si había notada algo distinto es que se debía estar encamando con otro, se calentó, me tiró una trompada, lo esquivé y no llegó a pegarme y... se ve que tenía un anillo o algo, sino no entiendo como me cortó”
Franco retiró lentamente la gasa, viendo satisfecho el corte limpio, el sangrado se había detenido. “Ah, un loco de mierda... ¿Y qué hizo?”, preguntó comenzando a desenvolver la bandita adhesiva de su empaque.
“Y... nada, se empezó a meter gente, el tipo se rajó, y ahí vi que me estaba sangrando la cara”, largó en un suspiro, sin desviar sus ojos de la ventana, viendo como las cortinas se mecían con la brisa de la noche, mientras Franco comenzaba a pegar el protector cubriendo la herida. Intentó mantenerse lo más inmutable posible, apretando el puño al sentir la presión de sus dedos sobre la piel para asegurarse que estaba bien colocada.
“No tiene sentido que se la agarre con vos, tendría que enojarse con su novio que es el que le mete los cuernos”, dijo alisando los bordes de la curita con su dedo índice para asegurarse que no se despegara. Sintió una electricidad recorrer su brazo al tocar su piel. Quedó congelado mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo, observando hipnotizado su rostro de perfil y bajando por la línea de su cuello al descubierto. Impulsivamente, apoyó el resto de los dedos en su rostro.
Thiago giró lentamente, intrigado, para encontrarlo en trance. Sintió como sus dedos se deslizaban lentamente por su mejilla bajando hacia su cuello, no pudo evitar cerrar los ojos ante el cosquilleo placentero que le provocó esa caricia. Comenzó a hacerse hacia atrás, comenzando a apartarse del roce, pero le fue imposible huir. En un instante de segundo, la mano de Franco se deslizó hacia su nuca mientras con la otra le sujetó el lado contrario del rostro, besándolo inseguro en un principio.

La mirada en los ojos de Franco no reflejaba arrepentimiento. Sin perder detalle de sus movimientos, intentando comprender la situación, lo observó atónito separarse de él y caer de rodillas, tomando la palma de sus manos, apoyando la frente contra ellas, mientras un leve temblor recorría su cuerpo. Se esforzó por captar las palabras casi inaudibles que comenzó a murmurar, aunque lo único que escuchaba en su cabeza eran los latidos de su corazón acelerado que resonaban como un bombo.
“Perdoname. Perdoname... estoy enamorado de vos. Sé que no querés saber nada conmigo, porque se supone que soy hetero”, balbuceó implorante, rogando con los ojos húmedos que no lo rechazara, acariciando suavemente sus manos, “Te amo... estoy hecho un pelotudo pensando en vos todo el día... Ya... No se que hacer...”
Sintió como se le cerraba la garganta al ver esos ojos de cachorro lastimado mirarlo tan seriamente. Por su mente cruzaron fugazmente pensamientos de negación, dudando que esos sentimientos fueran reales, sino una mera atracción física, curiosidad sexual. A sabiendas que lo iba a lamentar más tarde, apartó todos esos pensamientos y en un impulso decidió escuchar a su cuerpo. Se dejó caer pesadamente, apoyando una rodilla a cada lado, montándose sobre los muslos tensionados de Franco, a la vez que arrojaba sus brazos alrededor de su cuello, respondiendo con un apasionado beso que lo hizo pronunciar un gemido ahogado de sorpresa.
Lo abrazó por la cintura, pasando las manos por su espalda, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al suyo, atrayéndolo más hacia él. Franco sintió como la racionalidad armaba las valijas, abandonándolo de inmediato, disfrutando de esos labios que lo exploraban desenfrenadamente. Desvió su boca para besar la línea de su mandíbula y bajar por su cuello lentamente hasta la clavícula, saboreando su piel trigueña, y volver a subir con su lengua pasando por la nuez de adán hasta su mentón, sintiendo la respiración del otro aumentar su ritmo.
Suave, con movimientos cortos, Thiago mordisqueó sus labios alternando con lamidas compensatorias. De forma instintiva, sus caderas ondularon insinuantemente, provocando un jadeo entrecortado en ambos. La mano de Franco se deslizó hasta su nalga, acompañando el movimiento, haciéndolo más pronunciado, a la vez que sus bocas se unían en un beso más profundo que el anterior, desordenado y desenfrenado.
Cuando por fin lograron separarse, agitados, mirándose con los ojos encendidos en deseo, Franco alcanzó a mascullar, “Vamos... a...”, terminando la frase levantando su mano en dirección al dormitorio.
Comenzaron a incorporarse trabajosamente de la posición tan trabada en la que estaban. Sin dejar de mirarlo a los ojos, Thiago caminó hacia atrás, en dirección a la habitación, mientras cuidadosamente pasaba la remera por la cabeza, arrojándola al sillón, dejando al descubierto su torso desnudo.
Le fue imposible contener un sonido de asombro que soltó como una exhalación, contemplando extasiado la extensión de su piel trigueña, y como en un trance estiró la mano para apoyarla en su pecho, empujándolo suavemente, acorralándolo contra contra la pared. Trenzados en un abrazo, se besaron, atrayéndose sus cuerpos, clavando los muslos entre sus entrepiernas.
Thiago subió la mano por su espalda, metiéndola bajo la remera para subir hasta su nuca y tirar para sacarla por su cabeza, arrojándola lejos. Los gemidos entre ambos se intensificaron cuando sus pieles hicieron contacto, acoplándose uno contra el otro. Besó su hombro, subió por su cuello hasta su oreja izquierda, donde se detuvo dando pequeños mordiscos al lóbulo, incrementando los jadeos de placer de Franco, notando como el bulto prominente en sus pantalones sueltos, que sentía desde que había estado sobre él, comenzaba a pulsar, buscándolo. Se separó bruscamente del beso para mirarlo a los ojos, vidriosos y opacados, con su semblante prendido en llamas. Esa sola visión era suficiente para enardecerlo aún más, intentando mantenerse coherente, preguntó, “¿Tenés protección?”, lo vio parpadear, intentando asimilar lo que le estaba preguntando. Sin esperar la respuesta, miró hacia su campera, colgada en el perchero a sólo un metro de ellos y, estirando el brazo, rebuscó en el bolsillo interno hasta extraer una cajita azul.
Tomó la caja que pegó a su pecho, leyendo el rótulo, 'Extra Lubricados acompañados con sobres de gel íntimo'. Arqueó las cejas, pensando que tenía sentido luego de los videos que había estado mirando, pero no tuvo tiempo de emitir comentario. Thiago sujetó su nuca tomándolo desprevenido con un beso apasionado, mientras con la otra mano tocaba su miembro recorriendo la tela abultada, provocando que emitiera un gruñido de deleite. Lo empujó suavemente hacia el interior del dormitorio, intentando de manera torpe pisar el contrafuerte de sus zapatillas para descalzarse, mientras Thiago hacía lo mismo con las suyas, quedando ambos descalzos sobre el piso de madera.
Lo obligó a sentarse en el borde de la cama mientras se arrodillaba frente a él, sin dejar de besarlo. Desató el cordón de su bali, corriendo la tela para exponer su miembro, subiendo y bajando con sus manos por él, mientras besaba su pecho. Se detuvo un momento en las tetillas, propinándole pequeños besos con los dientes, disfrutando de los quejidos de satisfacción que emitía. Siguió bajando, lamiendo su abdomen, metiendo la lengua en su ombligo, admirando de soslayo la forma y el tamaño del miembro entre sus manos. Bajó la cabeza hasta meter el pene en su boca, succionando el glande, recorriendo el tallo con su lengua hasta llegar a la raíz y volver a subir haciéndola girar en la corona para volver a meterlo entre sus labios.
Franco se enderezó violentamente, tomándolo de los hombros para separarlo, con su voz entrecortada por la respiración, “Pará... Pará porque me vas a hacer terminar”, imploró. Lo escuchó chasquear la lengua, esbozando una sonrisa maliciosa, mientras se incorporaba para arrojarse en la cama. Tirándose casi encima de él, lo beso mientras recorría con su mano su pecho hasta llegar a la cremallera de jean, donde era notoria la prominente excitación en su entrepierna.
La mano de Thiago lo detuvo por la muñeca, “No te me vas a espantar ahora, ¿no?”, susurró a su oído. Es que no sería el primer hetero que escapa acobardado al no soportar la vista de otro pene erecto frente a él. Sería bastante frustrante detenerse en ese momento, siendo que ambos estaban completamente listos.
“Ni loco paro acá”, lo besó sin dejarle opción a réplica, mientras desabotonaba el jean, metiendo con decisión la mano en sus boxers para tomar su miembro entre sus dedos y acariciarlo torpemente, escuchando los gruñidos entrecortados del moreno ante su toque. Thiago comenzó a tirar del pantalón y la ropa interior, y comenzó a imitar el movimiento, quedando ambos completamente desnudos sobre la cama desordenada. Se agradeció a si mismo no haberla tendido ese día, ni ningún otro día, su cama sólo estaba ordenada cuando cambiaba las sábanas. Acarició la parte interna de sus muslos hasta llegar a sus testículos y asir el miembro firmemente con su mano, levemente impresionado por el grosor, rozándolo suavemente con el suyo.
Miró alrededor, intentando localizar donde había caído la caja azul que había visto ser arrojada sobre el colchón cuando intentaban llegar a la cama. La rompió desprendiendo trozos de cartón, sacando uno de los sobres de gel íntimo y lo abrió con los dientes. “Dame tu mano”, murmuró por lo bajo, Franco obedeció la orden sumergido en su trance, sin poder pensar claramente extendió su mano derecha, puesto que su brazo izquierdo envolvía en un abrazo los hombros de Thiago. Embadurnó sus tres dedos medios con el gel íntimo, “Metelos de a uno”, volvió a susurrar, tirando el sobre vacío al piso.
Franco tragó saliva, mirándolo a los ojos, esperando que luego de todos esos días de ver videos porno gay hubieran sido entrenamiento suficiente. Había experimentado el sexo anal con anterioridad, sólo que era distinto en los hombres. Era consciente de ese hecho, aún así no tenía la confianza en que sus habilidades fueran suficientes. Frotó sus dedos entre sí, sintiendo la viscosidad resbalar por ellos, introdujo el dedo medio lentamente, observando como la espalda de Thiago se arqueaba al tiempo que mordía sus propios labios para silenciarse. Comenzó a formar pequeños círculos, sintiendo el calor envolverlo, sin parar de besarlo, su boca, su cuello, sus hombros. Las uñas clavándose en su espalda al introducir el índice lo sacudieron de su estado de enajenación, “¿Estás bien?”
Asintió. No es que sintiera un particular dolor, sólo que sus músculos estaban desacostumbrados. Mordió suavemente su oreja, para incitarlo a seguir, sintiendo como Franco respondía con un estremecimiento por todo su cuerpo, provocando una ola de besos apasionados. Cuando hubieron ingresado las falanges de los tres dedos, su respiración ya se había sincronizado con el movimiento, haciéndole imposible contener los quejidos de deleite. En un esfuerzo por no perderse en el entusiasmo del momento, estiró la mano a tientas, buscando la caja que había destrozado, para sacar uno de los sobres y abrirlo con los dientes. Suavemente le colocó el preservativo hasta desplegarlo completamente, sintiendo el miembro latir en sus manos, sus gemidos incrementar ante la caricia. Se acercó a su oído para susurrarle dulcemente que se detuviera, que era suficiente.
Franco retiró los dedos con suavidad, incorporándose, colando sus rodillas entre las piernas de Thiago. Tomando la otra almohada de la cama, la acomodó levantando sus caderas para que estuviera más cómodo. Lo besó profundamente, sintiendo en sus manos la lubricación del preservativo de la que tanta gala hacía el empaque, comenzó a penetrarlo paulatinamente, midiendo la presión, enajenado por el abrazo desesperado, hasta alojar su miembro completo, sintiendo una punzada de dolor en el hombro cuando el moreno clavó sus dientes. “¿Te duele?”, su voz cargada de preocupación sonó como un murmullo entrecortado.
Aflojó la presión en la mandíbula, hundiendo el rostro en su cuello. “No, pero quedate un momento quieto”, sonaba obviamente agitado, acompañando la relajación de sus músculos con la respiración para soportar el escozor inicial. Cuando sintió que ya estaba acostumbrado, le dio la aprobación para empezar a moverse. Sintió como Franco buscaba el punto de placer hasta descubrirlo, provocando que sus quejidos, que hasta el momento había intentado mantener ahogados en su garganta, se dispararan en espasmos sonoros imposibles de contener.
Continuó hamacándose al ritmo de sus caderas, acariciando esa piel casi lampiña, besándolo, incrementando el movimiento al sentir la presión envolverle. Ocasionalmente distinguía un brillo casi fosforescentes en sus ojos turquesa, reflejando la luz de la luna que ingresaba por la ventana. Repitió su nombre, sin contenerse al decirle cuanto lo amaba, liberando su corazón al poder manifestar sus sentimientos. Un estremecimiento lo sacudió cuando lo escuchó pronunciar su nombre abreviado, entre su respiración entrecortada, Fran. Lo observó comenzar a masturbarse compulsivamente y, en respuesta, incrementó el movimiento sin poder contenerse.
Admiró su rostro al eyacular, provocando que él mismo culminara, percibiendo el líquido tibio regando su propio vientre, desparramándose. Quedaron un momento así, agitados y aturdidos, hasta que Franco comenzó a retirar el condón. Lo observó desplomarse a su lado, mirándolo con ojos gigantes de perro satisfecho, y no pudo contener una sonrisa pícara formarse en sus labios cuando lo besó.
Tomó unos pañuelos de papel de la mesa de luz, entregándole uno para limpiarse la mano a la vez que con otro limpiaba el líquido que caía licuado sobre el abdomen del moreno. “¿Querés agua?”, preguntó, sintiendo su propia voz sonar rasposa al salir de su garganta. Incorporándose para ir a la cocina, Franco observó como se enderezaba con cierta dificultad y rebuscaba el paquete de cigarrillos en sus pantalones, “Y el cenicero”, farfulló mientras se dirigía al comedor, desnudo como había llegado al mundo. A la pasada tomó unas servilletas de papel y repasó su miembro, algo pringoso del lubricante contenido por el preservativo.
Lo observó volver con dos botellas de agua y el cenicero bajo el brazo haciendo equilibrio para que nada se le cayera, completamente desvergonzado de pasear su desnudez por el departamento, e intentó contener una risita ahogada ante la visión surrealista. No tenía sentido sentir vergüenza luego de haberse estado revolcando en la cama, pero era irreal si pensaba que las verdaderas intenciones con las que había ido esa noche al departamento era para cortar la aparente amistad que mantenían. Tomó el cenicero y encendió un cigarrillo, pegando una larga pitada, nada mejor que un poco de nicotina luego de tener buen sexo, pensó para sus adentros.

Sonrió mirándolo de soslayo, “Sí, no me rompo tan fácil”, pegó una pitada al cigarrillo, largando una larga voluta de humo, “Es que... llevaba tiempo sin estar en... este rol, digamos”
Arqueó las cejas, comprendiendo lo que implicaba con esas palabras, ocasionándole una profunda ternura por haberse entregado a él para protegerlo, siendo que usualmente su posición era la opuesta. Se acercó, sentándose como indio junto a él, para darle un beso en el hueco que se formaba debajo de su oreja, entre la mandíbula y el cuello. A un costado habían quedado los preservativos restantes medio salidos de su empaque, los tomó leyendo detenidamente el empaque. “No sabía que existían de este tipo”, comentó al pasar, comenzando a dirigir la conversación hacia donde él quería.
Thiago observó la caja azul en sus manos, “Son convenientes para esto”, explicó con tono de estar remarcando una obviedad.
“¿Esto?”, preguntó Franco algo abstraído, cayendo en inmediatamente en la cuenta de lo estúpido de su pregunta.
“Sexo anal”, respondió Thiago sin rodeos, mirándolo a los ojos, expresando aún más lo obvio.
Asintió bajando la cabeza algo avergonzado por ser tan distraído. “¿Y siempre andás con esto en los bolsillos?”, preguntó levantando la caja con cierto recelo en el rostro, un pensamiento fugaz cruzó por su mente, quizás tenía planeado encontrarse con alguien más tarde.
Thiago sonrió, masajeándose el cuello, “Siempre. Soy como un boy scout, voy siempre listo”. Algo de alivio llegó a su mente al escuchar la carcajada cristalina de Franco, relajando un poco el ambiente. Se puso serio, acomodando un poco el cuerpo contra el respaldo de la cama. “En general, siempre me cuido, sea con quien sea. Y regularmente me hago controles, porque... nunca se está... completamente seguro de no haber metido la pata en algún momento.”, pegó una pitada al cigarrillo, disfrutando de lo poco que le quedaba, “Conozco gente con SIDA, y aunque hoy en día existan medicinas muy avanzadas, te aseguro que... no es divertido... es muy duro”
Franco lo miró pensativo, moviendo la cabeza en gesto de asentimiento. “Yo... nunca me hice un control de esos... Y he tenido novias con las que no he usado protección porque... bueno, porque tomaban pastillas”, la última frase fue muriendo en sus labios cayendo en la cuenta de lo inconsciente que había sido hasta el momento con respecto a ese tema.
Achicó los ojos, con mirada desaprobatoria, “Eso no me inspira mucha confianza”
Se pasó la mano por la cabeza, despeinándose. Sus cabellos estaban bastante largos y comenzaban a ondularse al llegar a las puntas. “Sí, la verdad... Bueno, cuando estás con una pareja estable y sana no necesitás usar esto, ¿no?”, nuevamente levantó la caja para llamar su atención.
Thiago hizo un gesto cavilante, “Eso requiere confianza, compromiso con la otra persona... exclusividad”
Miró un momento pensativo la caja y la arrojó sobre la mesa de luz. Cruzó su brazo derecho al otro lado de las piernas del moreno, apoyando el cuerpo, ladeando la cabeza. “Bueno, nos podemos ir a hacer el control los dos”
Levantó la cabeza en un respingo, con la ironía marcada en su semblante. “¿Me estás pidiendo exclusividad?”, le era imposible controlar la sonrisa burlona en su cara, era demasiado increíble. Sólo se habían acostado una vez y ya quería jugar el papel del novio del siglo, no podía evitar sentir el escepticismo aumentar dentro de él.
Esa sonrisa se le hizo algo dolorosa, como si le clavaran un alfiler en el corazón. Sabía que sería difícil lograr que confiara en él, pero dolía de todas maneras. “Te amo en serio... ¿No me crees?”
Thiago no pudo evitar largar una carcajada, apagando el cigarrillo en el cenicero en el proceso. “No es que no te crea... Digamos que... creo que vos lo crees, o más bien, estás convencido que es así”.
“O sea, decís que lo mío no es un sentimiento real, sino... ¿qué? ¿Calentura?”, respiró profundo, intentando aclarar lo que intentaba decir, para evitar un malentendido como había sucedido días atrás, cuando Thiago se iba de viaje. “Si no me crees, ¿por qué te acostaste conmigo?”
“Porque me gustás”, contestó sin dudarlo el moreno, “Sos lindo, ¿necesito algo más para acostarme con alguien?”
Lo miró reflexivo, tratando de mantenerse imperturbable al amontonarlo en el grupo de sus amantes como uno más, comprendiendo el desafío que le estaba planteando, “¿Y qué tengo que hacer para que me creas?”
Se encogió de hombros, “No sé... No creo que tenga una respuesta para eso...”
Observó sus manos, había comenzado a retorcer sus dedos de manera nerviosa, paseando la mirada a sus cigarrillos con ansiedad. Acarició su mejilla con la mano izquierda, palpando su nerviosismo al levantar la mano y aflojarse al recibir una caricia, igual que un perro desconfiado por el excesivo maltrato. “Será cuestión de tiempo entonces, voy a intentar ser más paciente si vos sos más sincero”, la frase tenía el incuestionable doble sentido de la confianza mutua.
Sonrió, con esa sonrisa cansina de quien ha soportado demasiadas derrotas, cruzó su mano por detrás de la nuca de Franco, susurrando dulcemente en su oído, “¡Você é muito bonito!”. Besó su cuello, sintiendo un jadeo casi imperceptible emanar de su garganta y buscó sus labios.
Franco paladeó el gusto a tabaco de su boca, no le molestaba el sabor. Subió su mano derecha, que hasta ahora mantenía el peso de su cuerpo y la apoyó en su espalda, paseándola hacia arriba, con toda la expectativa puesta en encontrar esa piel suave al tacto, como la de su pecho, tersa y trigueña. Una alerta se prendió en su mente al tiempo que sus dedos recorrían una rugosidad inesperada, sintiendo como los músculos se tensionaban y su respiración se entrecortaba.
Thiago emitió una queja ahogada por el beso, mirándolo con los ojos muy abiertos, con cierto temor lo empujó fuertemente del hombro para evitar que toque su espalda, intentando soltarse del abrazo para que retire su mano.
Franco trabó los brazos, con una mano detrás de su nuca y la otra en la espalda, atrayéndolo más hacia él, evitando que escape. Palpó suavemente, sintiendo las lomas y pendientes, cráteres y arroyos. En su mente, intentaba recordar si en algún momento desde que lo había conocido, había visto, aunque sea por un momento, aunque sea parcialmente, la espada de Thiago. Comenzó a recordar pequeños detalles. Como el hecho que el moreno considerara que su cuerpo era indigno de ser mostrado, siendo que evidentemente era hermoso. El incidente de la caída mientras ensayaban, cuando Miki le bajó con rapidez la remera. La despedida del boliche, cuando arrojaron las camisas y ninguno de los tres mostró su torso. O el simple hecho que al despojarse de la remera antes de ir a la cama, nunca le había dado la espalda.
Percatándose que el descubrimiento era inevitable, Thiago cerró los ojos fuertes y aflojó la resistencia. Apartó la cara, agitado por el forcejeo, sintiendo la mirada inquisitiva de Franco sobre él.
Aprovechó la oportunidad y lo hizo girar bruscamente, escuchando una negación con la respiración contenida, dejándolo apoyado sobre sus antebrazos. Tenía que verlo, tenía que entender esa parte de Thiago que tanto se esforzaba por ocultar, la última pieza del rompecabezas. Frente a él, iluminado por la luz de la luna ingresando por la ventana, se desplegó un mapa. El mapa del tormento, cicatrices cruzadas sobre cicatrices, dolorosos cortes que ya habían curado hacía tiempo pero que habían dejado su marca permanente, quemaduras que habían dejado huellas circulares, pocos centímetros de su piel estaban intactos. Recorrió las cicatrices con las yemas de sus dedos con la pena reflejada en sus ojos, sintiendo el dolor que le habrían provocado esas heridas en carne propia, imaginando la agresión con cada cicatriz. Lo observó, con su rostro escondido contra la almohada como un niño que no quiere ser descubierto, a la espera de la pregunta o el comentario. Cerró los ojos fuertes, no era el momento para hablar sobre eso, esas cicatrices eran demasiado profundas, llegaban hasta su mismísima alma. Acarició su cabello, besando dulcemente su espalda, intentando curar en vano el daño con sus labios.
Thiago exhaló con alivio, relajando sus músculos ante la acción y la falta de palabras. Agradecía que no lo forzara a hablar de eso, odiaba su espalda y todo lo que esas marcas representaban. Esos besos desinhibidos paseando por su espalda se sentían deliciosos, a pesar que sólo podía sentir parte ellos. Deseando enterrar su memoria, se dejó llevar por la oleada de caricias. Jadeó suavemente, girando la cadera para quedar completamente boca abajo.
Sin dejar de besar su espalda, acarició sus nalgas, el contorno de sus piernas, aceptando todo lo que involucraba el misterio de Thiago con sus caricias. Estiró la mano para tomar uno de los sobres de gel, imitando lo que el moreno había hecho antes, untando sus dedos. Observó como espontáneamente levantaba las caderas, quedando apoyado sobre sus rodillas y sus antebrazos, al tiempo que giraba la cabeza para poder besarlo mientras lo penetraba con sus dedos. El ingreso fue más fácil que antes, la dilatación aún perduraba permitiéndole más libertad de movimiento, rozar esa área que lo hacía arquearse de gozo.
Lo sintió arrodillarse tras él para tomar su miembro, jugueteando dentro suyo con los dedos, sin decidirse a frenarse en un lugar, recorriendo con besos sus hombros, su espalda, su cuello, su boca. Decidió no contener los gemidos, dejándose llevar por el placer de sentir las manos y los labios de Franco por todo su cuerpo, invadiéndolo y provocándolo. Estirando el brazo, tomó uno de los preservativos y se lo alcanzó, podía sentir su falo rozando entre sus nalgas.
Franco se colocó el preservativo, y lo abrazó fuerte, penetrándolo de manera suave, mordisqueando sus hombros, su oreja, escuchando los quejidos de placer intensificarse. Los mordiscos suaves, tanto darlos como recibirlos, provocaban una reacción deliciosa en el moreno. Sincronizó la mano que lo masturbaba con el movimiento, meciéndose más intensamente, percibiendo la respuesta de las caderas de Thiago moviéndose al compás.
No podía ver su rostro, pero era suficiente con sentir sus manos tocándolo, sus labios besando sus hombros. El presagio del clímax comenzó como un cosquilleo que comenzó en su cintura y se prolongó por todo su cuerpo, causando que su espalda se arqueara, dándole poco tiempo para hacer el anuncio de su venida.
Franco sintió el miembro palpitar en sus manos causando contracciones en los músculos que lo rodeaban, la constricción no le permitió contenerse, mordió la base de su nuca y lo acompañó. Quedó un par de minutos allí, con la cara apoyada en su cerviz, intentando recuperar el aliento, hasta dejarse caer sobre su lado izquierdo, observándolo allí tendido boca abajo, aún agitado. Acarició su cabello negro y lacio, tirando hacia atrás algunos mechones del flequillo que habían caído sobre su frente. Sus parpados se abrieron lentamente, desplegando la cortina de sus ojos turquesa que lo miraron exhausto.
Era relajante sentir sus dedos deslizando por sus cabellos, sus ojos reflejando una mirada dulce, y esas caricias que lo adormilaban. Se sobresaltó, comenzaba a quedarse dormido, sería la peor idea de la noche, pero no la primera. Comenzó a incorporarse, sentándose en el borde de la cama, percatándose de la inspección intensa que Franco estaba haciendo de su espalda. Comenzó a ponerse la ropa interior, para pasar a los pantalones.
Lo vio tomar el paquete de cigarrillos mientras se ponía de pie, sacudiéndolo de la modorra que había caído sobre él. Estiró el brazo y sujetó su mano, deteniéndolo, “¿Te vas?”, no quería que la noche terminara sin estar seguro de como seguir al día siguiente. Un súbito temor se incrustó en su mente, temor a que Thiago desapareciera, sin volverlo a ver, sin permitirle besarlo nuevamente. Trabajosamente se puso de rodillas sobre la cama, para quedar más a su altura y mirarlo a los ojos. “No te vayas, quedate”
Algo se derritió dentro de él al verlo allí, arrodillado, implorando como lo había hecho horas atrás, articulando esas palabras con voz tierna. “Sí, es mejor que me vaya a dormir, mañana tengo que trabajar”, observó el brillo de desilusión en esos gigantes ojos marrones. Llevó la mano a su mejilla, acariciándola levemente, con una sonrisa melancólica. “Y prefiero no estar al lado tuyo cuando te despiertes arrepentido”
“No me voy a arrepentir”, afirmó con la seriedad marcada en su rostro.
Largó un pequeña risita por la gravedad de su rostro al pronunciar esas palabras. “Bueno... Haceme un favor...”, se inclinó, acercando su rostro hasta estar separado sólo unos centímetros de Franco. “Si mañana te arrepentís, no me digas nada cuando venga. Tratame normal, como antes... Yo voy a entender”, terminó susurrando, acercando sus labios para darle un beso suave. Comenzó a alejarse cuando volvió a sentir un tirón de su brazo, aún sujetaba su mano.
“No me voy a arrepentir”, volvió a afirmar, “Así que mañana te espero”

Escuchó el portazo al marcharse, quedando allí de rodillas, sintiéndose algo desolado en el silencio del departamento. Una sonrisa de felicidad se dibujó en sus labios y se tiró de espaldas en la cama, recorriendo con su mente los sucesos de la noche.
No hay comentarios.
Publicar un comentario