Capítulo VII



No es que fuera la primera vez que visitaba aquel antiguo edificio, pero no dejaba de asombrarle las voluptuosas molduras enclavadas en los altos techos del hall de entrada o las enormes puertas de madera labrada. Subió los escalones de mármol con las manos embutidas en los bolsillos del jean, al llegar al primer rellano sacó una mano y la posó sobre la gastada baranda de madera lustrada. Llegó al oscuro pasillo bordeado por las puertas de los distintos departamentos hasta la última puerta blanca al final del pasillo y golpeó con tres toques, como era costumbre. Escuchó la llave girar y el rostro de Thiago aparecer tras la puerta. Lo saludó animadamente mientras se apartaba para dejarlo pasar. En ese momento la puerta del departamento contiguo se abrió tímidamente con un crepitar tétrico.

Detrás de la puerta asomó una anciana menuda y de huesos frágiles que los saludó amablemente. 

Doña Chicha, ¿cómo anda? ¿Todo bien?”, preguntó Thiago con tono preocupado.

Si no es mucha molestia, ¿me ayudarías a bajar unas cosas del armario? Traté de subirme a la silla, pero me duele mucho la cadera”, informó la viejita con tono quejumbroso.

Thiago pasó por al lado de Franco como una exhalación, “Nooo, como se va a andar subiendo a la silla, a ver si se cae”. Entró en el departamento sin pensarlo dos veces, acostumbrado a los pedidos de sus vecinos, todas personas que vivían en ese edificio, a excepción de él y un par de familias, eran ancianos. Se paró frente al ropero, pidiendo indicaciones sobre la ubicación y subiéndose a una silla abrió las aberturas superiores, infestando el ambiente con un fuerte olor a naftalina.

Franco miraba la escena apoyado en el dintel de la puerta del pequeño dos ambientes donde vivía la anciana, abarrotado de gigantes muebles antiguos de madera, probablemente provenientes de alguna casa en donde esos muebles podían lucirse en lugar de estar amontonados en ese reducido espacio. Mientras la anciana le describía lo que estaba buscando a Thiago, miró las fotos blanco y negro colgadas en prolijos marcos que llenaban las paredes. Momentos felices de su vida, casamiento, hijos, medallas. Estaba sola pero orgullosa de la vida que había tenido, lo suficiente para mostrarlas.

Finalmente pudo encontrar la caja que la anciana buscaba, forrada en tela bordó. Bajó de la silla, apoyándola sobre la mesa ya que era bastante pesada para que la sostuviera. 

Gracias, nene... Tomá, llevate un pedazo de pastafrola”, dijo la anciana extendiéndole una porción más que generosa envuelta en unas servilletas de papel.

Thiago aceptó el ofrecimiento de buena gana con una sonrisa, aunque el gesto no era necesario, la anciana se hubiera sentido ofendida si rechazaba la oferta. Besó su frente dirigiéndose a la puerta, “Cuídese, Doña Chicha. Si tiene que bajar o subir algo más al ropero, me avisa” Salió al pasillo donde lo esperaba Franco y le hizo un ademán con el brazo invitándolo a entrar a su casa. 

A medida que iba entrando sacó de la bolsa que llevaba una botella de vino tinto, para acompañar la comida. Se sintió satisfecho al ver su cara de aprobación mientras examinaba la etiqueta del vino y comenzaba a abrirla para que se aireara. Aunque varias veces había intentado darle algo de la plata que cobraba de la beca a cambio de la comida, Thiago siempre la había rechazado diciendo que a él tampoco le costaba un centavo la comida que le llevaba, eran sólo las sobras que quedaban del restaurante. Sólo aceptaba que comprara una botella de vino cuando él cocinaba en sus días de descanso, ya que aportaba todos los ingredientes de su bolsillo.

El monoambiente parecía pequeño, pero una vez dentro, todo estaba acomodado de una manera prolija y eficiente. Tres paredes blancas, la del fondo verde agua, donde se apoyaba a lo largo la cama de una plaza y un armario mediano de dos puertas. Tornando hacia la derecha dos altos ventanales antiguos con postigos de metal, uno sobre la cama y el otro sobre una biblioteca baja que contenía libros de cocina y novelas. Todo culminaba en una cocina de dimensiones pequeñas. Junto a la puerta de entrada el baño donde entraba ajustado una persona. En el centro, la mesa rectangular con cuatro sillas. Y la pared restante, blanca. Sin cuadros, sin fotos, sin recuerdos. Sólo blanca. 

   Franco se relajó, le gustaba ese ambiente, limpio, iluminado. Su lugar preferido era sentarse sobre la biblioteca bajo a la ventana, donde el solcito lo entibiaba. El ruido no atravesaba las gruesas paredes de la antigua construcción, el único sonido que se escuchaba se filtraba por las ventanas entreabiertas, un perro ladrando aburrido, un bebé llorando, voces lejanas. Todo formaba una arrullo tranquilo arrastrado por la brisa que se sumaba a la voz de Thiago preparando la comida mientras conversaban.

Le contaba sobre su pasatiempo favorito, ir a la mañana bien temprano a la feria, seleccionar entre las verduras frescas, olerlas, sentir la textura en sus manos, regatear precios con los vendedores y finalmente volver satisfecho con una gran compra en la que había gastado poco dinero. Solía hacer ese recorrido a la salida del boliche, cuando sus sábados se convertían en domingo y terminaba saliendo de su trabajo alrededor de las siete de la mañana. Cuando llegaba, se desmayaba del agotamiento hasta pasado el mediodía.

Adormilado, miraba como sus manos manejaban habilidosamente la afilada cuchilla con la que picaba las verduras mientras relataba su visita a la feria, feliz como un niño que había ido de excursión. Pasó a su lado para abrir una de las placas de la ventana y tomar algunas hojas de las plantas aromáticas que formaban una fila en el alféizar para sumarlas a la preparación. Cuando finalmente terminó, metió la fuente al horno y le informó que la comida estaría en unos veinte minutos.

Thiago lo observó, allí sentado, amodorrado por el calorcito que entraba por la ventana, con los rayos del sol danzando atrevidamente sobre sus dorados cabellos desgreñados. Suspiró, en un gesto que se estaba haciendo frecuente en él y miró la porción de pastafrola que su vecina le había dado como recompensa por su ayuda. Sacando un cuchillo, procedió a cortarla en exactos cuadrados, haciéndole una seña para que se sirviera. 

Franco se enderezó, respirando profundo para despertarse, y estiró el brazo para agarrar un trozo, saboreando el dulce de membrillo en su boca, halagó la confitura, “Mmmh, está buena”

Hizo una mueca desdeñosa, “Más o menos”, criticó el moreno tomando dos copas de la alacena, olió la botella de vino, y sirvió unos centímetros en cada una, extendiéndole una a Franco.

Bueno, comparada con la que debés cocinar vos, seguro que no. Pero fea no está”, aclaró Franco.

No, no. No soy buen repostero, Miki es bueno. Pero... la mejor pastafrola del mundo es la que hace mi vieja. Jamás me ha salido tan rica como la que prepara ella”, dijo Thiago.

Captó su atención al mencionar su familia nuevamente, tema que era bastante renuente a hablar. “Me habías dicho que tu familia tiene una rotisería en Rosario, ¿no?”

Thiago asintió masticando, mientras limpiaba sus dedos por el pegote provocado por el dulce y tomaba un trago de vino.

Deben estar orgullosos que estás a punto de recibirte de chef de alta cocina”, el tono en su voz sonaba inocente, pero en su mente había preparado cuidadosamente la línea de conversación que lo podía llevar a obtener la respuesta que buscaba.

Una cierto desconcierto cruzó su rostro, encogiendo los hombros, mientras se apoyaba contra la mesada de la cocina, “Ni idea. No creo que estén enterados”

Franco se inclinó levemente hacia adelante, interesado, mientras saboreaba el vino en su boca, “¿No te hablas con tu familia?”

Miró hacia el horno y miró el reloj colgado sobre la cocina, calculando en su mente cuanto faltaba para que estuviera lista la comida, mientras negaba con la cabeza.

¿Por? ¿No aceptan que seas gay?”, preguntó expectante por la respuesta.

Thiago esbozó una risa algo forzada, “Tampoco creo que sepan eso”, dijo mirando la copa melancólicamente mientras hacia girar el líquido dentro de ella.

Pegó un respingo que intento disimular, viendo como eran tiradas de un soplido una de sus especulativas teorías. Según había deducido de sus charlas, él había despertado a su condición de homosexual luego de llegar a Buenos Aires, a la edad de dieciocho o diecinueve. No era necesario ser un genio matemático para deducir la implicancia, hacía como siete u ocho años que no tenía contacto con su familia. “¿Y con tus hermanos tampoco estás en contacto?”. Lo notó, casi imperceptible cuando negaba con la cabeza, un leve lapso de pánico que supo esconder muy bien mientras estiraba la mano hacia el paquete de cigarrillos, encendiéndolo en un impulso nervioso y largando la primera bocanada aliviado. Franco humedeció sus labios, abstraído, pensando como seguir hilando la conversación, “¿Y tus hermanos se parecen a vos?”

Sus ojos presentaron una mirada a la lejanía, como recordando viejos tiempos, “Sí, cuando eramos chicos parecíamos trillizos a pesar de la diferencia de edad”, movió el cuello intentando aliviar la tensión, “Y los tres somos como una mezcla de mi mamá y mi papá”

Franco formó una risa pícara en los labios, “¿En serio? ¿Cuál de los dos tiene los ojos turquesa?”, recordó su sorpresa y agrado días atrás, cuando había marcado el color apropiado de sus ojos.

Thiago sonrió, aflojando un poco la tensión. “Mi mamá. Mi mamá tiene los ojos turquesa, pelo negro lacio y la piel súper blanca. Yo tengo el pelo y los ojos como mi mamá, pero en lo demás soy como mi papá.”, comentó mirando la piel de su brazo pensativo, “Mi papá es mestizo, su mamá era ashaninka”, dijo mirándolo con cierto orgullo, encontrando un cierto desconcierto en el rostro del otro, “Son una tribu amazónica”

¿En serio? Mirá que interesante.”, eso explicaba esos rasgos tan exóticos, esa mezcla de razas que se hacía notoria en todo su cuerpo.

Continuaron dialogando unos minutos más sobre esa tribu de guerreros, desplazada de la selva hacia la civilización a causa de la tala de bosques, hasta que Thiago apagó el cigarrillo y volvió a mirar el reloj en la pared tomando otro sorbo de vino. La luz del sol casi no entraba por la ventana y el cielo era selectivo con las estrellas que mostraba entre la penumbra del atardecer. Sacó la comida del horno mientras Franco ayudaba a poner la mesa, conociendo de memoria la ubicación de platos y cubiertos del departamento luego de tantas veces aprovecharse de la buena voluntad de tener un chef internacional que cocinara exclusivamente para él. 

Se ubicó en la mesa, mirando mientras Thiago cortaba la carne y la servía cuidadosamente en los platos acompañándolas con las verduras asadas. Su estómago gruñó, no demasiado fuerte como para que llegara hasta sus oídos, pero lo suficiente para que él pusiera una mano sobre su abdomen intentando calmarlo. 

Sentados a la mesa, entre charlas intrascendentes, comiendo, bajando el contenido de la botella de vino. La lentitud del domingo podía sentirse en el aire, el preludio a un comienzo de semana donde había que volver a la rutina del trabajo y el estudio.

¡Esto estaba muy bueno!”, exclamó Franco. 
 
Thiago miró el plato de su invitado, limpio inmaculado, como si no hubiera habido comida servida allí minutos antes. Sonrió mientras terminaba de masticar, apreciaba que alguien disfrutara tanto de su comida, aunque Franco no era muy selectivo, comía prácticamente cualquier cosa que pusiera en su plato de manera voraz. “¿Querés más? Quedó un poco en la fuente”

Hizo un gesto con una mano mientras con la otra sobaba su abdomen por debajo de la remera, “No, estoy que reviento”. Se desperezó en la silla, dando un largo bostezo, extendiendo los brazos hacia el aire. 

Le encantaba ver ese gesto, se le asemejaba al de un perro estirándose, listo para dormir una siesta luego de haber comido. Pero el motivo oculto por el que le gustaba ese gesto era que la remera se le levantaba por encima de la línea del ombligo, exponiendo la parte baja de su abdomen. Un escalofrío le recorrió la espalda, apartó la mirada, intentando contener sus pensamientos, el impulso de pasar su lengua suavemente por esa zona que quedaba expuesta. Miró la fuente con comida, “Bueno, te la podés llevar para mañana. Total no llego a almorzar acá, tengo que comprar unas cosas para el viaje a Mendoza.”

Franco tomó un sorbo de vino vaciando la copa. Cierto, le había comentado sobre el viaje de egresados del Instituto, diez días recorriendo la provincia de Mendoza, incluyendo cata de vinos y visita a las montañas. “¿Cuándo era que se iban?” 

Faltan... nueve días para ser exactos. El fin de semana que viene es la despedida del boliche, el martes a la tarde salimos en el colectivo para Mendoza”

Cierto, el sábado es el último día, ¿no?”, preguntó Franco.

Thiago asintió, cruzando los cubiertos sobre el plato, con el estómago satisfecho a pesar de los restos de comida en él. “¿Vas a ir?”, lo miró de reojo, recordando la primera vez que había ido y como se había convertido en un visitante ocasional desde aquella ocasión.

Seguro, no me la pierdo”, dijo despeinándose el cabello con la mano. “Y los quiero ver bailar esa coreografía que ensayaron el otro día, según me dijo Willy ver el ensayo y después verlos bailar los mismos pasos en la barra es súper divertido”

Largó una carcajada, eso era típico de Willy, burlarse de ellos y criticarles las coreografías. Conversaron unos minutos sobre la planificación para ese día, como pensaban hacer el traspaso a los nuevos bartenders, que habían estado aprendiendo el oficio de atender en la barra de un boliche gay en los últimos días. Eran pibes jóvenes, igual que ellos cuando comenzaron en ese trabajo, cuando se inauguró el boliche seis años atrás, seleccionados por el ojo implacable de Manu.

La conversación se desvió a otros planes futuros luego del viaje de egresados para pasar a hablar de la universidad de Franco. Thiago lo miró frunciendo el ceño, “¿Y al final como te fue en el parcial del otro día?”

Ah... aprobé... con diez...”, balbuceó Franco algo vergonzoso.

¿Vi'te? ¡Al final llora' y te saca' buena nota vo'!”, ahí estaba esa tonada rosarina, imposible de esquivar.

Franco rió fuerte, “Me mata cuando hablás con tonada rosarina”, secó una lágrima de sus ojos.

No lo puedo evitar”, rió avergonzado, “Me he curado bastante, pero de vez en cuando me sale”

La carcajada de ambos retumbó en la pequeña habitación hasta convertirse en tos, Thiago sirvió un poco de vino en las copas de ambos para que pudieran calmarse.

Franco continuó, “Bueno, con suerte, para fin de año termino de rendir todas las materias y sólo me quedaría la tesis para entregar el año que viene”

¿Y ya tenés decidido el tema?”, preguntó acercando hacia si el cenicero y encendiendo un cigarrillo.

Pensativo, mirando el techo, Franco respondió, “No estoy seguro, tengo varios dando vuelta en la cabeza, pero no me decido todavía”, se enderezó tomando un trago de vino, esa incertidumbre lo tenía algo nervioso, pero sabía que a su debido tiempo el tema se iba a revelar sólo. 

Continuaron divagando, entre charlas sin sentido, riendo más fuerte de lo debido bajo los efectos del vino, compartiendo ese momento perdido en la noche de domingo.




   El ambiente en el boliche vibraba, animado como siempre, gente bailando, las luces girando enceguecedoras, gente conquistando gente, el ritmo de la música retumbando en el piso. Franco admiraba el ambiente desde su posición privilegiada detrás de la baranda de acceso a la zona VIP mientras sorbía lentamente su vaso de gin tonic. Afortunadamente a su lado ese día estaba Willy, sentado en una banqueta como él, así que no iba a tener sorpresivas visitas de la parte alta del boliche, aunque ya se había acostumbrado a los personajes que desfilaban por allí y hasta bromeaba con ellos al recibir sus comentarios con doble sentido. 

Todo se desenvolvía como una noche normal, excepto que no lo era. Esa noche, era la despedida de Los chicos de Inferno. Había cierta tensión en el ambiente, los nuevos bartenders se encontraban también detrás de la barra, esperando ansiosos su turno para comenzar a trabajar. Concordaban con la descripción que había dado Thiago, jóvenes, lindos y para todos los gustos.

Conversaba con Willy y ocasionalmente con alguno de los bartenders, se había encariñado bastante con el grupo en general. Luego de analizarlos en profundidad, distinguir sus puntos fuertes, examinar sus debilidades, como era su costumbre, había llegado a la conclusión que tenían buenos perfiles, sus comentarios eran bien intencionados, mucho mejores personas que las que había conocido en la facultad y, en general, desde su llegada a Buenos Aires hasta el momento. Nunca se falseaban entre ellos, bromeaban sin afectar realmente susceptibilidades, se apoyaban y preocupaban uno por el otro. Hasta lo habían aceptado como uno más del grupo. Miki era el único que seguía mirándolo de manera suspicaz, ocasionalmente había encontrado sus ojos intentando comprender algo en su cabeza.

Y llegó el momento esperado. El último baile en Inferno, como dramáticamente lo había denominado Pepe. El DJ los presentó como de costumbre, remarcando la despedida, el fin de un ciclo en Inferno y el comienzo de uno nuevo. Previamente los tres bartenders hicieron su ritual de costumbre, tres tragos de tequila con sal y limón, pero a eso había que sumarle que no habían parado de beber ni un momento desde la apertura. A modo de despedida, les había parecido bien soltarse y emborracharse sin control esa noche. Grito tribal y subieron con coraje a la barra. 
 
El baile salió impecable, Willy tenía razón, verlos ensayar y luego verlos ejecutar el mismo baile tan seriamente era totalmente distinto. Se podía distinguir en que momento se equivocaban en un paso o un giro había salido más torpe de lo debido. A pesar del nivel de alcohol en sangre, no cometieron tantos errores, ni se cayeron de la barra como era el temor de Franco al verlos bailando allí arriba con esa cantidad de alcohol en sangre. Cuando finalmente terminaron, cuando finalmente el DJ pidió un fuerte aplauso para despedirlos, fue cuando pudo ver reflejado en ellos el alivio. Alivio de no tener que volver a trabajar largas horas haciendo tragos, bailar arriba de la barra, soportar borrachos con ofrecimientos indecentes, libertad para seguir sus sueños. 

Saludaron, tirando besos a la multitud, aplaudiéndose entre ellos. Hasta Franco y Willy se pararon para sumarse al aplauso. Como en un impulso, los tres bartenders se arrancaron la camisa, ilusionando a más de un ingenuo con ver sus torsos desnudos para encontrarse conque vestían una entallada remera blanca debajo, los botones volaron como balas y revolearon las camisas a la gente, que saltaron para atraparla como si recibieran el ramo de flores de una novia. Presentaron a los nuevos bartenders, que subieron a la barra en las posiciones que cada uno iba a tomar, agitando las manos frente a la nueva popularidad lo cual generó un estertor de aplausos y algarabía. 

Thiago, Pepe y Miki se tomaron de las manos y saltaron a la pista, mientras la música retomaba su curso, mezclándose con la multitud como si fueran uno mas, abandonando su estatus de estrella pop, pero vigilados de cerca por la gente de seguridad. Thiago les hizo un ademán para que fueran con ellos, apretados y a los empujones llegaron al círculo privilegiado que ocupaban en el centro de la pista.

Bailaban, bailaban libres, sin pasos, sin coreografía, sólo por divertirse. Su alegría era contagiosa, nadie se animaba a meterse dentro de ese círculo, como si fueran intocables, impolutos con sus blancas remeras. Era su momento de disfrutar la música sin preocupaciones. 

Abriéndose paso entre la multitud gracias a su séquito de guardaespaldas, aparecieron Manu y Juani uniéndose al baile, aplaudiéndolos, evidentemente contentos y emocionados por la despedida. Manu sonrió ampliamente a Thiago, tomándolo por los hombros y encaramándose descaradamente, dejando a buena parte de los presentes boquiabiertos al observar como le daba un beso hasta dejarlo sin aire para luego susurrarle algo al oído que sólo él llegó a escuchar, “Te voy a extrañar, lindo”

Willy le susurró al oído, “Estos dos tuvieron algo, pero cortaron cuando volvió Juani”. Franco lo miró un poco sorprendido, había llegado a esa conclusión, pero ante una despedida tan afectuosa se había quedado sin palabras. Nunca había visto a Thiago tener contacto físico con alguien mas que sus amigos al bailar, besarse con un hombre, era consciente que era algo que sucedía, que iba mas allá de un beso, más profundo que un abrazo. Una envidia cruzó su pecho, como una aguja que lo atravesaba, y no pudo más que morderse sus propios labios para contener el sentimiento.

La escena que se sucedió fue bastante graciosa, ya que cuando Manu finalmente lo soltó, se dirigió a los otros dos y les propinó sendos besos en la boca, aunque no con tanta profundidad como al moreno. Thiago intentaba salir de la sorpresa que le había provocado el gesto, mirando a Juani con cara de absoluta inocencia, mientras este estiraba la mano tomándolo de la nuca y propinándole un beso en la frente, a modo de perdón y disculpa por el comportamiento de su hermano al mismo tiempo.

Cuando los cinco se pusieron a bailar, Thiago les hizo un gesto como diciendo que se sumaran a la danza, aprovechando el amplio espacio que ocupaban de la pista. Franco se sentía bastante torpe para bailar, pero aún así siguió tímidamente algún ritmo cuando el moreno lo incitaba a moverse. La gente de seguridad lentamente se fue retirando y ellos se fueron desplazando hacia un costado, para alejarse un poco del apretujamiento de la multitud, que los saludaba fervientemente a su paso, separándose por momentos para saludar a alguien y volviendo a encarar en la dirección hacia donde iba el resto del grupo.

Para cuando Miki llegó hasta el resto del grupo exclamó, “Mierda, me tocaron tanto el culo cuando venía que casi me hacen un examen de próstata”, lo cual generó una gran risotada entre todos.

¿Viste? ¡Si por lo menos te dieran el número de teléfono!”, exclamó Pepe bromeando.

Te toqué el culo, llamame”, bromeó Thiago, haciendo la representación de alguien escribiendo un numero en el celular. 
 
   Continuaron bromeando y riendo. Un mozo de la zona VIP se acercó con copas de champagne, provocando un caluroso brindis para festejar su despedida, palabras emotivas, relato de anécdotas divertidas sucedidas en los últimos cinco años.

Bailando entre bromas y payasadas graciosas dignas de borrachos, un hombre, entrados los cuarenta años, se acercó al moreno tocándole el hombro para llamar su atención. Thiago lo miró, como quien examina a un espécimen desconocido y el hombre se acercó para hablarle mas cerca, pero a pesar del volumen de la música, Franco pudo escuchar claramente la conversación.

La petición fue, “Dejalo en paz a Ramiro, no lo busques más”. 

Esto generó un gesto de sorpresa en Thiago, quien contestó muy soberbiamente, “Yo no soy él que lo busca, en todo caso decile que deje de llamarme”

La cara del hombre se transformó en un gesto de desprecio, puso una mano en su hombro, empujándolo, al tiempo que insultaba, “¡Puto de mierda!”

Los dos guardaespaldas personales de Manu dieron un paso hacia adelante, de manera intimidatoria, lo cual generó que el hombre se hiciera hacia atrás y se alejara, no sin antes agregar un buen arsenal de insultos y amenazas hacia el moreno. Franco se acercó por un lado al tiempo que Miki lo hacia por el otro, preocupados, pero Thiago mitigó lo ocurrido mirándolos con una sonrisa despreocupada, agitando su mano para restarle importancia.

Durante el transcurso de la noche, Franco pudo divisar al hombre en un par de ocasiones, discutiendo con aquel rubio bajito, del cual ahora conocía su nombre. Parece que a alguien le empezaba a molestar la tercera rueda.



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