Capítulo V


Se recostó sobre la pared, retirando el gorro de su cabeza, y dejó resbalar su cuerpo hasta llegar al piso. Estaba sacando el paquete de cigarrillos con el encendedor cuando se sobresaltó al escuchar el rechinido de la puerta al abrirse. 

Miki se sentó pesadamente junto a él, bufando, “Convidáme uno, me olvidé los míos adentro”

Thiago extendió el atado al tiempo que prendía el cigarrillo sujetado entre sus labios. Largó la primera pitada, alcanzándole el encendedor. Miró alrededor, el callejón de la parte trasera del restaurante olía a basura en descomposición y agua podrida, pero se le hacía un paraíso al tomar el descanso de medio turno. Sintió que le tocaban el brazo, Miki le estaba devolviendo el paquete con el encendedor mientras humeaba el ambiente a su alrededor. “No se vos, pero estoy reventado”, exclamó tirándose hacia atrás. Apoyar la espalda luego de estar cuatro horas andando de un lado al otro era un verdadero alivio. 

Es igual todos los días. Pasa que vos estás descansando poco”, dijo Miki mirándolo detrás del humo del cigarrillo.

Na, descanso igual que siempre”, descartó el comentario con la mano mirando hacia el final del callejón. Sintió la mirada fija de Miki en su nuca, intentó aguantar hasta que tuvo que girar a verlo. “¿Qué?”, preguntó de mala gana.

Sabemos que no es así, te deslomás trabajando todo el día en el restaurante, de jueves a sábado el boliche, los finales en el Instituto son muy intensos...”, Miki lo estaba retando como quien reta a un nene, “¡Encima te andás haciendo el caritativo alimentado a un hetero!”

Thiago largó una carcajada, “¡Por tu descripción parece que le estoy dando de comer a un perro!”, se inclinó hacia adelante apoyándose en sus rodillas sin poder parar de reírse. Unicamente Miki podía ser capaz de expresar en voz alta en su propia cara lo que él mismo pensaba. Recordó los días en la escalera de la universidad, cuando un Franco flaco y desnutrido lo esperaba ansioso y hambriento, y todas las veces que lo había comparado en su mente con un perro.

¡Pero es que es como un perro!”, continuó Miki esbozando una sonrisa. La risa de Thiago siempre le había resultado extremadamente contagiosa. “Le llevás las sobras del restaurante, le das de comer siempre a la misma hora... ¡Es como un humano-perro!”

Llevó la mano a su estómago, le dolía de tanto reírse. 

Miki continuó, “¡Lo que falta es que le pongas una correa y lo lleves de paseo!”

¡Pará! ¡Me vas a matar!”, rogó Thiago secando las lágrimas de sus ojos. Volvió a apoyar la espalda contra la pared, agitado por el exabrupto de carcajadas. 
 
Su rostro se volvió serio y con tono de voz grave afirmó, “A ver, dejando la broma de lado, te estás metiendo con el flaco”

Thiago lo miró entre sorprendido y asustado por el súbito cambio de humor. “¿Eh? No, nada que ver”, sacudió la cabeza. “Me da pena, está solo, no tiene amigos”, enumeró, “Se caga de hambre con una beca, se la pasa estudiando para mantener las notas... Cuando lo conocí estaba al borde del raquitismo, le flameaba la ropa. Ahora que ya van dos meses que le doy de comer regularmente, se lo ve sano, tiene color en la cara, la ropa empieza a quedarle como debería”

Hablaba sin parar sobre el heterosexual que se había vuelto su nuevo pasatiempo, con la misma pasión con la que hablaba de cocina o nuevas recetas. Lo miró fijamente, esperando que Thiago se diera cuenta de lo que significaba esa mirada. Cuando finalmente el otro calló, pudo hablar, “Sólo te aviso lo que veo. ¿Te acordás lo que me pediste? Que la próxima vez que me diera cuenta que te estabas metiendo con un hetero te avisara... Bueno, te aviso: Te estás metiendo con un hetero”

Le pegó una última pitada al cigarrillo y tiró la colilla que rebotó contra la pared contraria, haciendo un siseo al caer al húmedo suelo. Quizás tenía razón, quizás estaba demasiado involucrado con el estudiante de Psicología y el ritmo diario que habían adquirido, las conversaciones y temas personales compartidos sólo los había vuelto más cercanos. Suspiró. No poder mentirle a Miki era igual a no poder mentirse a si mismo. Franco le interesaba, le parecía extremadamente lindo e inteligente, disfrutaba cada minuto que compartía con él, pero no había otro futuro. “Ok... Lo voy a pasar a la zona amigos, ¿sí? Para evitar cualquier confusión” 

Miki lo miró con la duda reflejada en el rostro. “Eso va a ser difícil, pero lo que funcione mejor para vos”, dijo mientras se incorporaba de un salto. Volteó a mirarlo, dedicándole una amplia sonrisa y extendiéndole la mano para que se levantara. Se había acabado el descanso. 





A pesar de ser invierno, la noche estaba despejada y húmeda, propiciando una temperatura agradable. Pasó caminando junto a la fila de gente que aguardaba su momento para entrar hasta llegar hasta la puerta del boliche, dándole su nombre completo al patovica de la puerta, tal como Thiago le había indicado. El hombre lo miró de pies a cabeza, como midiéndolo, y comenzó a revisar un listado que sostenía en sus manos. Luego de buscar unos minutos sin mediar palabras, libero al gancho de su sostén, descorriendo la soga roja que separaba a los mortales de la entrada al paraíso, habilitándole el paso.

El bullicio incrementó a medida que se aproximaba a la pista de baile. Las luces loenceguecieron por un instante, llevó la mano a sus ojos por acto reflejo, la música electrónica hacía retumbar el piso bajo sus pies y el aire estaba enviciado de diferentes aromas de desodorantes y sudor. A su izquierda vio la pared que le había mencionado, comenzó a seguirla con su cuerpo pegado a ella y esquivando ocasionalmente a algún borracho que se le acercaba para hablar.

Esa noche Thiago había llegado al departamento más temprano de lo habitual, con el pretexto que su turno había terminado unos minutos antes. Para ser sábado, se lo notaba extremadamente agotado. No se quedó a cenar con él y se retiró rápidamente con la excusa que tenía unas cuestiones que atender en el boliche, partiendo con la velocidad de una estampida. Fue justo antes de cruzar el umbral de la puerta que Franco le preguntó si esa noche podía visitarlo en su trabajo, tal como habían hablado en ocasiones anteriores. Thiago lo había mirado algo cansado pero con una sonrisa sarcástica en los labios, diciéndole que era su noche de bautizo, comentario que no comprendió, dándole todas las indicaciones para llegar sano y salvo a la barra. Indicaciones que acababa de seguir al pie de la letra.

Comenzaba a arrepentirse de estar en ese antro atestado de hombres que se acercaban a hablarle con aliento etílico, pero esos pensamientos se disiparon al ver la sonrisa radiante de Thiago tras la barra, haciéndole gesto para que se acercara. 

Vení por este lado”, le dijo al oído, era la única forma de poder hablar para superar el ruido de la música. Abriendo una pequeña batiente, lo invitó a pasar tras una baranda de metal que corría paralela al costado de la barra, una especie de corredor de acceso a la zona VIP. Desde allí podía ver el movimiento de todo el boliche ya que estaba en una posición levemente elevada, tomando conciencia del tamaño real del edificio, era más grande de lo que pensaba. Tomó asiento en una banqueta alta junto a la barra. Todavía era temprano, pero ya había bastante gente llenando el recinto. A lo lejos, al otro lado del salón podía verse la barra de “Las chicas de Inferno”. En el centro de la pista, en una plataforma suspendida, estaba la cabina del DJ. En cada esquina se emplazaban plataformas elevadas con un caño y barandilla donde unos bailarines gogó que exponían buena parte de su piel bailaban ondulantes, variado y para todos los gustos, hombres y mujeres por igual. El escenario en general le causó una buena impresión, le recordaba a las fotos que su amigo de Pinamar le había mostrado de su pasada por un boliche de Ibiza, pero emplazado en pleno Buenos Aires.

¿Qué querés tomar?”, dijo Thiago casi gritando acodado en la barra. Le resultaba divertido verlo allí sentado mirando boquiabierto el panorama con sus gigantes ojos marrones. 
 
Franco volteó para mirarlo y sonrió, encogiéndose de hombros, “Ni idea, ¿qué me recomendás?” 

Thiago sonrió mirando para atrás, “Que empieces con algo tranquilo, una cerveza”. Ante el asentimiento del otro, giró hacia una de las heladeras, sacando un porrón de adentro. Mientras rebuscaba un destapador en su bolsillo, miró como la gente comenzaba a agolparse contra la barra. Le alcanzó la cerveza y volteó para seguir atendiendo. Al cabo de unos minutos volvió a acodarse en la barra junto a él. “¿Y? ¿Qué te parece?” 

Está muy bueno el boliche, la verdad que me sorprendió”, alabó, mirando sorprendido detrás de Thiago. Entre la neblina de la máquina de humo, se acercaba una figura que no reconoció hasta tenerlo cerca.

Miki tomó a Thiago por el cuello, haciendo una posición de ahorque con sus musculosos brazos atrayéndolo hacia su cuerpo, lo cual transformó el rostro del moreno en una mueca de dolor a causa del tirón. “Cuando más ignorás a un perro, más se empecina en seguirte”, murmuró a su oído, ganándose un codazo en las costillas.

Thiago hizo las presentaciones necesarias y Miki estrechó la mano de Franco con una gran sonrisa. Una manos corrieron su brazo y se agarraron de los hombros de Thiago, mientras Pepe se encaramaba a su espalda.

¡Hola, soy Pepe!”, dijo este extendiéndole la mano excesivamente afeminado. “Pero que lindo que es tu amigo, Titi, ¿por qué no lo presentaste antes?”, a lo que este respondió blanqueando los ojos.

Franco los miró sorprendido por la súbita aparición de sus compañeros de trabajo. Estaban obviamente curiosos de conocer a quien había logrado acercarse tanto a Thiago en tan poco tiempo, lo miraban de pies a cabeza, como fenómeno de circo, escudriñando su cuerpo, su postura. Así que les dedicó su mejor sonrisa sin dejarse amilanar por la inspección descarada que hacían de su persona. 

Su vista subió por acto reflejo hacia arriba y pudo distinguir la mirada vigilante dirigida hacia ellos, giró hacia ambos indicándoles que sigan trabajando, haciendo una seña hacia arriba con el dedo. Mientras se retiraban, ambos le dieron una nalgada, haciéndolo sobresaltar. Con gesto resignado, comentó, “Y esos son mis amigos”. Sacó una panera de mimbre de debajo de la barra y le sirvió unas papas fritas de paquete, “Para que tengas algo en el estómago antes de seguir tomando”, recomendó antes de devolver su atención a la gente agolpada tras el mostrador.

Franco analizó la dinámica de los tres personajes detrás de la barra. Tenían sectores definidos de atención, cada uno en una posición, cruzándose ocasionalmente para decirse algo al oído que sonaba a pedido o broma por la sonrisa que se pintaba en sus labios, trabajando en forma sincronizada entre ellos, bailando casualmente al ritmo de alguna canción. Su vestimenta era ceñida al cuerpo, con unos pantalones negros que no ocultaban nada de su masculina fisonomía y una camisa blanca ajustada al torso con el logo de Inferno, desabrochada hasta el cuarto botón, dejando ver de manera insinuante su amplio pecho. Observó a la gente que se agolpaba en la barra, en su mayoría hombres, de todas las edades, todos mirándolos con una mezcla de adoración y lascivia a la cual ellos eran totalmente indiferentes. Era parte del juego de provocación. 

Examinó al resto de la población del boliche. Hombres buscando hombres, mujeres buscando mujeres, hombres y mujeres buscando gente de cualquier sexo, travestidos, grupos de amigos que sólo habían ido a divertirse y desperdigados podía distinguir algún grupo de heterosexuales que habían terminado allí por pura curiosidad, casi como él. Casi. Lo que prendía su curiosidad no era exactamente el antro ni la gente que concurría allí, sino una sola persona detrás de la barra. El moreno de ojos turquesa como el mar.

Thiago volteó justo para encontrarlo mirándolo fijamente. Le dedicó una sonrisa y le hizo un gesto de espera con la mano mientras servía algo que recién había preparado en la licuadora. Le alcanzó la copa al tiempo que tomaba el porrón vacío y lo tiraba a un contenedor de botellas, “Daikiri de frutilla”, le informó. 

Probablemente ya estuviera medio embriagado de sólo tomar una cerveza o a causa del ambiente saturado y caluroso, pero la suave voz en su oído provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Asintió con la cabeza, disimulando el efecto que le había provocado, llevando la copa a sus labios. Arqueó las cejas ante el delicioso gusto del trago, era suave y dulce, bebida extremadamente engañosa, no se distinguía el alcohol que contenía.

Había olvidado totalmente las papas fritas que Thiago había puesto frente a él, tomó algunas con la mano y comenzó a comerlas, masticando despacio, a la vez que tomaba el daikiri. El rabillo de su ojo capturó una presencia junto a él, pegó un vistazo para ver a un hombre que se había acodado en la barra a su lado. Castaño, ojos marrones y muy bien vestido. Se encontraba del mismo lado que él en la baranda de metal, así que debía haber descendido de la zona VIP del boliche. Según le había dicho, a esa zona sólo podía acceder gente muy exclusiva, como ricos y famosos que sólo podía encontrar en revistas o televisión, fuera del alcance de los simples mortales apiñándose en la pista. 

El hombre lo miró brevemente de arriba a abajo, como si tuviera un escáner incrustado en el cerebro. “¿Qué hace un hetero por acá?”, preguntó descaradamente dedicándole una sonrisa simpática mientras tomaba unas papas fritas del recipiente de mimbre.

Franco parpadeó unas cuantas veces, mirándolo como quien no llega a comprender. Tan sólo hacía cinco segundos que ese sujeto se había parado junto a él, ¿cómo era posible que se percatara de algo así? Supuso que debía emitir esa vibración, sólo perceptible por gente con diferente orientación sexual. O quizás esa diferencia hacía que su radar fuera más afilado. Comenzó a abrir la boca para preguntarle cuando vio a Thiago acercarse, acodándose en la barra a la vez que se inclinaba hacia el hombre.

El sujeto parado a su lado le dedicó una gran sonrisa acompañada por una mirada que a Franco, desde el punto de vista del espectador, se le antojó algo dulce, y se reclinó sobre la barra estrechando el espacio entre ambos al tiempo que llevaba una mano a la nuca de Thiago, tirando suavemente, para acercarlo aún más. 

Me das de ese daikiri de frutilla que preparás tan rico”, susurró suavemente a su oído.

Thiago lo miró de reojo, siempre era tan difícil tratar con el jefe. “¿Y tenés la necesidad de decírmelo tan cerca?”, le susurró.

Una sonrisa pícara le cruzó los labios, como la de un gato planificando alguna travesura maquiavélica, “No, pero es divertido ver la reacción de tu... amigo”, volvió a susurrar, mientras observaba a Franco disimuladamente.

Thiago observó de reojo, Franco tenía las cejas arqueadas y la boca entreabierta, intentando comprender la situación planteada ante él, con gesto desconcertado. Comenzó a reír mientras musitaba entre dientes, “Sos un hijo de puta”

Me lo dicen todo el tiempo”, dijo en tono normal retirando la mano de su cuello.

Volteó hacia la licuadora, sirviendo el mismo contenido rojo dulzón que había servido minutos antes, bailando al ritmo de la canción que el DJ estaba pasando. 

¡Dos!”, gritó el hombre para sobrepasar el ruido de la música. El moreno asintió, haciendo notar que lo había escuchado. Siguió reclinado sobre la barra. Franco se convenció que debía ser alguien importante, porque uno tras otro, Pepe y Miki se acercaron a intercambiar palabras con él, a las que respondía con una sonrisa pacífica y haciendo algún que otro gesto. 
 
Thiago volvió con las dos copas apoyándolas suavemente sobre la barra y empujándolas hacia el personaje, “¿Se le ofrece algo mas al señor?”, el sarcasmo era marcado en su voz.

El hombre tomó las copas y guiñándole un ojo le agradeció amablemente, disponiéndose a retornar al piso superior.

No pudo evitar seguirlo con la mirada. En la parte alta de la escalera, reclinado contra la baranda, lo esperaba un hombre rubio que le resultó algo familiar, pero no podía precisar de donde exactamente. Al parecer había contemplado toda la escena desde allí, y su expresión denotó que no le había caído en gracia. Lo miró fijamente todo el camino de subida hasta llegar a su lado, casi reprochándole con sus ojos su comportamiento. Cuando el morocho llegó hasta él, pasó uno de sus brazos alrededor de su cuello ofreciéndole una copa del trago que acababa de obtener. El rubio miró la copa despreciativamente, tomándola mala gana, mientras el otro comenzaba a susurrarle algo de manera muy íntima. Lentamente el gesto serio del sujeto rubio comenzó a torcerse en una sonrisa que no pudo contener, mientras hechó una mirada en su dirección. 

Franco observó toda la secuencia con cierta sorpresa, los dos personajes tenían un perfil similar, tanto psicológico como físico, las contexturas de sus cuerpos, la postura y sus gestos. Pensó que quizás era una de esas parejas que terminaban mimetizándose uno con el otro.

Thiago captó su atención a su lado con un carraspeo, “Ese es Manu, el dueño del boliche. El otro es su hermano, Juani”

Sus ojos se abrieron de par en par y volvió a mirar a la pareja en la parte alta de la escalera desaparecer dentro de la zona VIP. Definitivamente, la dinámica entre ellos no era de hermanos, la postura que ambos adoptaban deslizaban algo entre líneas. 

Sí, no me preguntes. Yo tampoco entiendo.”, dijo encogiéndose de hombros ante la mirada extrañada de Franco. 
 
Tomó un trago de la copa a la vez que retomaba su posición frente a la barra. “Bueno, parece buena persona”, a pesar de aparentemente estar cometiendo incesto, Franco iba a completar la frase, pero no le pareció apropiado. Todas las personas están peleando batallas que desconocemos, se recordó a sí mismo. En ese momento se percató que le hubiera encantado analizarlos con mas profundidad a ambos, realizar un perfil completo.

¿Quién es buena persona? ¿Manu?”, exclamó Thiago y comenzó a negar con la cabeza fervientemente, “Nooo... Es un lobo con piel de cordero”

Se rió ante la metáfora. Es exactamente la sensación que le había dado, la descripción perfecta de un hombre de negocios, su blanca sonrisa y su postura segura eran algunas cosas que lo habían delatado. Siguió bebiendo el daikiri mientras Thiago volvía a atender a la gente en la barra. El trabajo era arduo, apenas unos minutos en que la barra se vaciaba y podía conversar con él hasta que volvía a llenarse como en una ola. El boliche estaba colmado a esa hora, la gente bailaba frenéticamente al ritmo de la música electrónica y rock dance, muchos sin siquiera prestar atención a la persona que tenían al lado.

Observó atentamente como Thiago se acercaba a la esquina donde unos minutos atrás se había encaramado un muchacho de contextura delgada y de tan baja estatura que para lograr sobrepasar la altura de la barra se había parado en el caño apoya-pie que la rodeaba. Sus grandes ojos marrones estaban fijos en el moreno y su rostro se iluminó con una expresión aniñada de felicidad cuando por fin notó su presencia, pasando su mano en un gesto coqueto por sus cabellos dorados y ondulados. 

No pudo dejar de notar el cambio en la actitud de Thiago mientras se acercaba. Felina, como la de un león observando a la presa que va a devorar. Era la primera vez que lo veía en esa postura seductora, con el fuego encendido en sus brillantes ojos turquesa, mordisqueándose el labio inferior mientras hablaba con el muchacho, que no dejaba de batir sus largas pestañas.

Absorto en sus observaciones, Franco comenzó a mordisquearse la uña del pulgar, sin perder de vista el juego de seducción, las pequeñas sutilezas entre los dos. Tan concentrado estaba que no notó a Miki aproximándose hasta que lo tenía frente a él en la barra, cambiándole la copa ya vacía por un trago transparente y burbujeante.

Gin tonic”, informó Miki apoyándose levemente en la barra ante la mirada sorprendida de Franco. Pegó una ojeada a su amigo y al bomboncito que tenía entre sus redes, y dedicándole una sonrisa mientras caminaba hacia atrás, le expresó con la mirada que esa era una vista común de fin de semana. 
 
Thiago hechó un vistazo a la escena y se enderezó, despidiéndose brevemente del muchacho y caminando lentamente hacia donde estaba Franco. “¿Y esto?”, señaló el vaso.

Ah, lo trajo Miki... Me dijo que era gin tonic”, dijo Franco pegándole un sorbo al trago. 
 
Mmmh, buena elección, pero hubiera seguido con alguna bebida con ron para no hacer tanta mezcla de bebida blanca”, sonrió animado. Súbitamente una luz parpadeó desde la cabina de control, iluminando toda la barra de color rojo por un breve instante. Thiago pegó unos golpecitos con sus nudillos contra la madera de la barra, “Hora del show”. Llegó rápidamente hasta donde estaban sus dos amigos preparando tres shots, rodajas de lima y sal, sacó rápidamente de un estante la botella de tequila y sirvió en los vasos. 
 
Los tres pusieron sal en el reverso de su mano y tomaron una rodaja de lima, tomando en orden sal, tequila y lima apresuradamente. Observó como Thiago cerraba los ojos ante el fuerte gusto que tenía la bebida, sacudiendo todo el cuerpo para sacarse la sensación. Repitieron el acto un par de veces más y en la última gritaron golpeándose las manos entre ellos, en lo que a Franco le pareció una especie de grito tribal.

Ubicados frente a la barra, el personal de seguridad apartaba a la gente para que no interfiera con el baile. La multitud vitoreaba enardecida, como si una banda de rock estuviera a punto de tocar sobre el escenario. Desde la cabina, el DJ los presentó con esa voz característica de los locutores, llena de falso entusiasmo, llamándolos Los chicos de Inferno, dando a conocer cada uno de sus nombres.

Thiago y Miki subieron a la barra de manera bruta y cada uno le extendió la mano a Pepe, que subió con la habilidad digna de un bailarín profesional. Saludaron a la multitud como si fueran ídolos adolescentes, causando que el clamor aumentara entre aplausos, silbidos, groserías y adulaciones dirigidas a distintas partes del cuerpo de los tres hombres y las formas en que las usarían, algunas de ellas tan subidas de tono que hasta ruborizaron a Franco. Los tres bartenders se mantuvieron impávidos, simplemente se posicionaron de frente al público mientras la música comenzaba a sonar. 
 
   Sus cuerpos ondulaban a la vez que sus manos comenzaban a recorrer sus torsos bajando sensual hasta sus caderas, flexionando las piernas y bajando hasta las rodillas, moviendo la pelvis de atrás a adelante en un alarde de simbología erótica. De un salto, se dieron vuelta y comenzaron a menear la cadera de izquierda a derecha con sus manos apoyadas en sus nalgas mientras hacían girar sus hombros, provocando que sus omóplatos asomaran y se escondieran en su espalda, lo cual provocó un estruendo de vulgaridades entre la audiencia. Se sucedieron una serie de pasitos de baile, los cuales eran bastante sencillos, los dos altos mirando disimuladamente al bailarín más experimentado para guiarse en la coreografía. Thiago tiró de manera brusca de la cintura de Pepe, rodeándolo con un brazo, sin pegarlo completamente a su cuerpo, apenas rozándose, y ambos comenzaron a ondular con la clara insinuación del acto sexual. 

De una forma absolutamente grácil y habilidosa, Pepe se despegó del abrazo que lo sujetaba y, ayudado por Thiago que le hizo palanca, pegó un salto en el aire, siendo atrapado al otro lado de la barra por Miki, que lo esperaba con los brazos abiertos. Una vez lo tuvo bien agarrado de las manos, los pies de Pepe resbalaron por entre las piernas abiertas de su sostén hasta que su cara quedó frente a la entrepierna de este, emulando los movimientos de una felación. Miki empujó en lo que pareció salvajemente a Pepe, pero para quienes estaban cerca era evidente que era una mala representación, para luego dejarse caer con el brazo extendido y su cuerpo perfectamente tenso. Comenzaron a ondular uno al compás del otro, cuando uno subía el otro también lo hacía, cuando bajaban la espalda de Pepe quedaba plana contra la barra. Mientras se desarrollaba toda esta escena, Thiago había apoyado una rodilla en el piso, para no llamar la atención y a la espera del próximo movimiento. 

Miki se incorporó de un salto, era remarcable su estado físico, mientras el hombre menudo volvía a hacer gala de su destreza incorporándose sobre sus manos y quedando en una perfecta posición vertical donde Thiago lo sujeto de la cintura y lo hizo pegar una voltereta pasando por encima suyo al tiempo que giraba, quedando arrodillado frente a un Pepe de pie en un momento crucial de la canción donde el cantante reclamaba exclusividad en la relación amorosa y el otro contestaba con un exagerado gesto de rechazo. Un Thiago con el aparente corazón destrozado sale despedido hacia atrás donde es tomado por la cintura por Miki, repitiendo nuevamente la simulación del acto sexual con sensuales movimientos. 

La coreografía llegaba a su fin y los tres personajes volvían a sus posiciones iniciales para ejecutar los mismos movimientos lujuriosos del principio donde tocaban sus cuerpos hasta llegar a los acordes finales de la música. 

El público aplaudió fervientemente, gritando a viva voz sus nombres distinguiéndose en grupos de fanáticos de cada uno, mientras ellos saludaban. Miki y Thiago señalaron humildemente a Pepe, el gran director de la coreografía, mientras se inclinaba en un suave saludo de ballet. Los tres giraron y bajaron de un salto volviendo detrás de la barra, al tiempo que el DJ alentaba los aplausos de la gente y sacaba el foco de luces de la barra para retomar el ritmo del baile.

Franco había visto toda la representación boquiabierto, intentando controlar su fascinación, mojándose y mordiéndose los labios reiteradas veces al ver al moreno realizar esos movimientos. Ver el show en video era muy diferente a verlo en directo, las insinuaciones, las miradas, acompañadas por las groseras situaciones que gritaba la multitud ayudaban a generar un ambiente de completa lujuria. Sin embargo, excepto en las ocasiones en que era absolutamente necesario, los cuerpos no se habían tocado, no había existido el contacto físico entre ellos, eran todas ilusiones ópticas, parte de un show que sólo estimulaba la testosterona del público masculino. 
Sintió el calor que había quedado por todo su cuerpo y apuró un largo trago del gin tonic que había quedado sin tocar sobre la barra, cuando escuchó una voz con tonada española a su lado, “Sexy, ¿no?” Casi a punto de escupir el líquido de su boca, miró entre sorprendido y asustado al hombre que estaba sentado en una banqueta a su derecha, sin comprender desde cuando estaba allí sentado sin haberlo notado antes. Este personaje también estaba bien vestido, cabello negro prolijamente peinado y sonriente, aunque sus facciones era más angulares que el anterior. Abrió la boca para contestar, pero el hombre se incorporó, acercándose a la barra a esperar que le atendieran. 

Los tres bartenders intentaban recuperar el aire, dando sorbos ocasionales a una botella de agua y pasándose una toalla humedecida por el cuello y la cara. Thiago miró hacia donde estaba y distinguió la figura que lo estaba esperando de pie. Se acercó, sin dejar la botella de agua, y lo saludó extendiéndole la mano de manera cortés. 

El hombre no anduvo con rodeos, le ordenó que le sirviera una marca especial de whisky, doble, con poco hielo. El pedido no se hizo esperar, Thiago sacó una botella del aparador de vidrio y vertió las medidas en el vaso. Cuando terminó, le entregó el vaso gentilmente y el hombre le agradeció. Comenzaba a retirarse cuando volvió a mirar a Thiago, aproximándose para decirle algo.

Tu novio está muy lindo”, comentó al pasar con esa tonada suave.

Thiago arqueó las cejas y aclaró, “Nada que ver, es un amigo”. Lo conocía, aunque no tenía la suficiente confianza como para contestarle como le había contestado a alguien cercano. Rodrigo era el abogado del dueño del boliche, sabía que tenía un estudio bastante prestigioso, pero no como había terminado en Argentina, sólo recordaba la recomendación de Miki de mantenerse a distancia de él, como si fuera una especie de animal peligroso.

¿Amigo? Los amigos no te miran de esa manera”, sonrió con evidente ironía.

¿De qué manera?”, el comentario lo había tomado por sorpresa.

Babeándose mientras movías el culo arriba de la barra”, largó el español perdiendo toda su caballerosidad. 
 
Thiago hizo un ademán descreído, indicándole que siguiera su camino. El hombre volteó, inclinando la cabeza en dirección a Franco y subió la escalera desapareciendo en el piso superior.

Se acercó, tomando agua de la botella, “¿Y? ¿Qué te pareció el bailecito?”

Se acomodó en la banqueta, incómodo por el calor que aún sentía en su cuerpo y esperando que no fuera notorio. “Fue... impresionante”, asintió Franco, buscando en su mente las palabras para expresarse, “Es realmente... muy sexy y se nota que le ponen mucho esfuerzo”. Utilizó la palabra con la cual el hombre lo había definido, porque le parecía la más adecuada y porque seguía retumbando en su cabeza. Sorbió unos sorbos del trago, su garganta estaba seca y rasposa, sin percatarse había bajado el contenido completo del vaso. Sintió el efecto inmediato en la nuca al apoyar el vaso sobre la barra, el recinto giró a su alrededor y trató de focalizar al moreno frente a él.

Thiago lo miro entre asombrado y divertido, conocía bien esa mirada oscura provocada por el alcohol, “Wow, despacio... sino te voy a tener que arrastrar hasta tu casa”, abrió una de las heladeras, sacando una botella de agua fría, como la que él mismo estaba tomando, “Tomá un poco de agua así no te deshidratás, no mas alcohol para vos”, ordenó imperativamente, arrebatando el vaso de sus manos. Volvió a trabajar, atendiendo a la gente que ya se agolpaba contra la barra.

De manera nublosa recordaba haber visto el baile de la barra contraria desde la ubicación en que se encontraba, Las chicas de Inferno había anunciado el DJ. Había visto a Pepe subirse a las heladeras para supervisar la coreografía como un director de orquesta, la barra estaba lejana y no distinguía a las mujeres con claridad, pero pudo notar que miraban en esa dirección ocasionalmente, buscando la guía del profesor. El baile era muy sensual y erótico como había sido el de los varones, pero en versión lésbica. 
 
La noche tomó su rumbo acostumbrado, la música fue bajando el ritmo paulatinamente hasta llegar a los lentos. La multitud en el antro se redujo a la mitad, dejando alguna que otra pareja melosa y grupos de amigos.

Thiago tomó su descanso sentándose en el taburete junto a él. Lo había visto sacar de debajo de la barra su paquete de cigarrillos y llevarlo en la mano, no había lugar para guardar nada en su ropa tan ceñida sin que se marcara en un bulto deforme. Largó la primera bocanada con un suspiro, apoyando la espalda en la pared detrás de ambos. Lo observó un momento, tan agotado y tan empecinado en seguir con ese ritmo hasta lograr su objetivo, teniéndolo casi al alcance de su mano. “Ahora entiendo porque quedás tan cansado los fines de semana”, comentó intentando iniciar una conversación.

Sonrió fatigado, llevó la mano al cuello para masajearse la nuca, “Y si a eso le sumamos intentar tener una vida, se complica”. Subió la mirada justo para ver una pareja, ambos hombres sencillos con barba crecida, saludarlo animosamente desde el borde de la pista. Correspondió el saludo, contemplándolos hasta que fueron a la pista para ponerse a bailar el tema lento que se escuchaba en ese momento.

Franco notó una cierta añoranza en su mirada, no eran celos de ninguno de los miembros de esa pareja que bailaban de forma melosa, abrazándose entre ocasionales caricias. Sino mas bien una añoranza de poseer aquello que esos dos compartían, esa unión que sólo pueden formar dos personas que se entienden y aceptan tal como son, en sus buenas y sus malas, con sus defectos y sus errores. “¿Los conocés?”, preguntó sin importarle demasiado la respuesta, sólo estaba curioso por saber que era lo que cruzaba por su mente.

¿A ellos? Sí, hace como quince años que están juntos”, continuó hablando de manera monótona como quien está simplemente descargando su mente sin filtrar lo que realmente está diciendo, “Hace dos o tres años atrás me invitaron a un trío”

Abrió los ojos grandes por el exceso de sinceridad que había invadido al moreno. “Ehmmm... ¿y eso es algo común por acá?”, soltó con una risa algo nerviosa.

Thiago hizo un ademán señalando a la multitud del boliche, “Esto... es en parte para eso... parejas que buscan avivar la pasión entre ellos, o solteros que buscan una pareja, ya sea por una noche o estable, sean gays, lesbianas o bisexuales”, se detuvo un momento en su discurso, mirándolo, “O heteros curiosos”

Se rió y tomó un sorbo de agua. Era verdad que había ido por curiosidad allí, pero no en búsqueda de algo especial, sino por puro interés de verlo a él. Decidió seguir con su batallón de preguntas, para desviar el foco de atención. “¿Y... que es lo más loco que te han ofrecido?”

¿Lo más loco?”, dijo pensativo, “Una orgía probablemente, pero no, gracias, mucha gente me da impresión”, largo una risa nerviosa, y se detuvo, quedándose pensativo un momento. “También me quisieron pagar por sexo, me ofrecieron lo suficiente como para cubrir hasta el final de la carrera en el Instituto”, se rascó la cabeza, sintiendo la mirada del otro fija en él, “Para eso me mato trabajando honestamente... o lo que se puede. Ya me parece bastante degradante tener que subirme a esa barra, prostituirme mataría lo poco que me queda de orgullo”. 
 
¿Y un trío?”, preguntó Franco retomando el tema que el otro había intentado abandonar, sin dejar de admirar la integridad que mantenía en sus actos a pesar del caos que lo rodeaba.

   “Depende... con parejas como ellos no me molesta”, contestó con completa naturalidad señalando a la pareja de antes, que continuaba bailando entre risas y arrumacos, “Compartir un poco de lo que tienen como pareja, esa unión”

¿Y para eso no es más fácil tener tu propia pareja?”, se arrepintió en el momento en que largo el comentario. No era fácil ni siquiera para él, imaginaba que entre personas del mismo sexo debía ser aún más complicado.

¿Fácil? Si fuera tan fácil tendría novio y no un montón de enganches que no me toman en serio”, su sonrisa se le antojó algo triste. 
 
Franco quedó pensativo un momento y recordó el muchacho acodado en la esquina de la barra, “¿Y el flaco que estuvo ahí parado?” Ante la mirada extrañada del moreno, que intentaba recordar de quien le hablaba, aclaró, “El rubio que se la pasó haciéndote sonrisas y ojitos mientras le hablabas”

Asintió, como quien recuerda el momento, “Tiene novio, son una pareja muy... flexible”, dijo en tono sarcástico, “De alguna manera retorcida, les encanta engañarse uno al otro... Creo que el novio es como diez años mayor que él”, largó un voluta de humo y se la quedó mirando mientras se alejaba, mezclándose con el humo del boliche, “A mi eso no me va, si estoy con una persona, me dedico exclusivamente a esa persona. Pero... no me molesta hacer de tercera rueda” 
 
Esto provocó una fuerte risotada entre los dos, mientras Thiago terminaba el cigarrillo para volver al trabajo detrás de la barra y Franco decidía dar por terminada la noche y marchar a su casa. 

Llegó arrastrándose hasta la cama, sacándose los zapatos y los jeans mientras ya estaba acostado. Apenas recordaba como había caminado las cuadras que separaban su casa del boliche, sentía en su cabeza un remolino de pensamientos y sensaciones que le habían dejado la experiencia de la noche.

Pasó su mano por su cabello, despeinándose. Su mente no dejaba de reproducir el baile, los movimientos de Thiago sobre la barra, las breves charlas que habían tenido, uniéndolas con sus charlas anteriores, sus gestos y hasta sus ojos cansados y enrojecidos por el agotamiento del trabajo. 

Recordando su última conversación, pensó en como Thiago se esforzaba por demostrar ser una persona que en realidad no era. Como se enroscaba en relaciones superficiales y sin futuro, aduciendo que no le molestaba, probando pequeñas migajas de intimidades ajenas, cuando en realidad anhelaba una relación profunda, alguien con quien compartir el bagaje de emociones que tenía almacenado en su interior. Y no dejó de preguntarse el porque... ¿Sería para adaptarse a su entorno, a su ambiente? No, no era por eso. Thiago mismo consideraba a Miki totalmente promiscuo, sin considerarse promiscuo a él mismo por tener relaciones ocasionales. ¿Sería que le era tan difícil confiar en los demás? ¿Entregarse completamente en una relación?

Sumergido entre pensamientos, intentando desenmarañar el misterio detrás del moreno, se durmió abrazado a su almohada. 



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