
Sin levantar la mirada de su lectura, recibió el mate, sorbió la bombilla y se lo devolvió. Al cabo de un par de minutos, con gesto satisfecho lo miró sonriendo, “¿Empezamos?”
Thiago asintió, continuando con el mate. Al fin y al cabo, para eso estaban allí tan ceremoniosamente sentados. Lo observó mientras completaba sus datos, su nombre, su edad.
“No te preocupes que después cuando lo paso es totalmente anónimo”, comentó deteniéndose para mirarlo divertido, “¿Estado civil?”
“Con un novio lindo”, dijo prendiendo un cigarrillo mientras le correspondía la sonrisa.
“Relación estable”, refraseó sin dejar de escribir. Su rostro se tornó serio mientras escribía el resto de los datos. Sexo, hombre. Orientación sexual, homosexual. Tipo de abuso recibido, sexual. Recibió ayuda psicológica, no. Lo miró algo solemne mientras el moreno cebaba un mate. “¿A que edad comenzó el abuso?”
“A los doce”, contestó sin dudarlo mientras le extendía el mate y pitaba el cigarrillo como una locomotora.
“¿Durante cuánto tiempo?”, preguntó con dificultad. Le era imposible ser objetivo con Thiago, sabía que había accedido a ayudarlo pero sus sentimientos hacia él provocaban que quisiera abrazarlo fuertemente en lugar de estar haciéndolo revivir el recuerdo en su cabeza.
Dudó por un momento, “Alrededor de cinco años... Más de cinco años”, terminó afirmando.
“¿Alguna vez agrediste o fuiste violento con tus amigos? Mientras jugabas o cuando se juntaban...”, tragó saliva sabiendo que la respuesta era probablemente negativa.
“No tenía amigos...”, contestó encogiéndose de hombros.
“¿Y tus compañeros de escuela?”, preguntó, la pregunta no era parte del cuestionario, sino pura curiosidad.
“No hablaba con nadie más que temas relacionados a la escuela”, continuó pitando su cigarrillo algo ansioso.
Lo observó, mientras compulsivamente desprendía la ceniza de la brasa, devolviéndole el mate. “¿Odiabas a tus amigos o compañeros? ¿O les tenías... envidia porque a ellos no les pasaba lo mismo que a vos?”, continuó siguiendo el orden del cuestionario.
Nuevamente quedó pensativo, cebó el mate, sorbió la bombilla. “Envidia... puede ser... Los veía reírse felices y despreocupados... Yo también quería ser así... Un adolescente normal... Y no un...”, se detuvo a mitad de la frase para pitar lo poco que quedaba de su cigarrillo.
Achicó los ojos, queriendo escuchar su autodefinición, “¿Un qué?”
Apagó el cigarrillo y se rascó la cabeza, “Un enfermo, como si pudiera contagiar alguna peste... Me sentía sucio todo el tiempo, me bañaba como dos o tres veces por día...”
“¿Te sentías solo?”, preguntó conociendo la respuesta.
“Sí”, afirmó encendiendo otro cigarrillo.
“¿Y ahora te sentís solo?”, continuó bombardeando con sus preguntas.
Lo miró largando el humo y sonrió dulcemente. “No”, negó con la cabeza.
Devolvió la sonrisa, decidiendo cambiar a otra gama de preguntas, “Desde que se detuvo el abuso, ¿has sufrido de depresión o inseguridad?”
“Sí... Todo eso... Y pánico”, contestó, apoyando la cabeza en su mano mientras apuntalaba el codo contra la mesa.
Achicó los ojos, saliendo un poco del libreto, “¿Qué te da pánico?”
“A veces voy caminando por la calle... y veo una persona de espaldas que se parece a... él... o escuchó una voz parecida... Entro en pánico hasta que la persona se da vuelta y veo que no es... él”, continuó pitando su cigarrillo desenfrenadamente.
“Joaco”, dijo Franco, mencionando el nombre que le era imposible pronunciar. Al verlo asentir, continuó, “¿Le tenías mucho miedo a Joaco?”. Thiago asintió. “¿Querías vengarte o lastimarlo de la misma manera que él lo hacía?”. Thiago se detuvo, pensando un momento, hasta volver a asentir. Decidió llevar la pregunta un paso más adelante, “¿Deseas o deseaste matarlo?”
“No... No mato ni a un grillo cuando se mete en mi casa, no podría matar a una persona”, balbuceó sorbiendo el mate, “Y siempre fue más grandote que yo, nunca le pude ganar una pelea”, señaló con la manos haciendo alusión a la altura de su hermano.
“¿Con qué frecuencia recordás lo que sucedió?”, volvió a bombardear.
“Casi nunca, si no tengo que hablar de eso, trato de no... recordarlo”, apagó el segundo cigarrillo comenzando a cebar otro mate.
“¿Y cómo hacés para no recordarlo?”, preguntó sin contemplaciones.
“Es como una canilla... La voy cerrando hasta que no salen más recuerdos”, expresó haciendo el gesto de cerrar un grifo con su mano.
Quedó pensativo un momento, analizando la respuesta. “¿Y con el paso del tiempo se te ha hecho más fácil o más difícil cerrar la canilla?”
Se rascó la nuca bajando la mano a la parte superior de su espalda, donde comenzaban los surcos de sus cicatrices. “Depende... No está relacionado con el paso del tiempo... A veces me duelen las cicatrices de la espalda sin razón o motivos... O sea, la sensación es como si se hubiera abierto una cicatriz... Pero me he revisado en el espejo y están.. igual que siempre”
“Es como... un dolor que está solamente en tu cabeza... ¿Pasa algo en especial cuando te duelen?”, comentó Franco, en su mente se representó el mapa de su espalda que conocía de memoria, con sus valles, canales y montañas.
Sacudió la cabeza, haciendo una mueca. “No se... La verdad, ni idea... Sólo me duelen... Y eso hace que recuerde”
“Que se abra la canilla”, expresó. Hacía un rato había dejado su lapicera suspendida, sin anotar nada.
“Algo así... Un poco...”, se encogió de hombros con la mirada vidriosa.
Exhaló pesadamente, revolviendo sus cabellos con la mano, sintiendo una fuerte opresión en su pecho. Se acercó y lo abrazó, apoyando la cabeza en su hombro. “Es... muy difícil hacer esto con vos, no puedo...”, negó con la cabeza.
Acarició sus cabellos desordenados, besando su cabeza. Levantó sus gigantes ojos marrones mirándolo lastimosamente. “Yo estoy bien... Seguí”, afirmó mientras le daba un beso corto en los labios para reafirmar su frase.
Enderezó su cuerpo, carraspeando para aclarar su voz, mientras analizaba las preguntas que le quedaban. Decidió saltar un par de las cuales conocía la respuesta para avanzar al siguiente conjunto. “¿Cuándo te diste cuenta de tu preferencia sexual?”, preguntó retomando su tono solemne.
“Al tiempo de estar en Buenos Aires”, contestó automáticamente mientras encendía ansioso otro cigarrillo.
“La pregunta es cuando te diste cuenta... no cuando lo asumiste”, aclaró Franco un gesto de separación con las manos. “Normalmente, uno primero se percata de algo y luego de un tiempo determinado lo asume o lo asimila”
Paseó la vista inseguro entre él y el cigarrillo. Comenzó a mordisquear su dedo nervioso, haciendo un gesto de desagrado. “Como a los catorce o quince años... me di cuenta que... miraba a otros flacos... Y...”, la frase quedó atrapada en su garganta. Bajó la cabeza hasta apoyar la frente en el hueco de su brazo, sin poder seguir hablando sobre el tema.
Franco apoyó la mano en su hombro, “Ya está, no hace falta que sigas hablando de eso...”, murmuró pensando en el horrible dilema que estaba recordando en ese momento. A pesar de odiar profundamente la vejación a la que era sometido, a pesar del dolor que le causaba, en ocasiones su cuerpo habría respondido de manera inevitable al estímulo. Y eso lo había avergonzado hasta destrozarlo por dentro, provocando una cadena de reacciones que lo habían llevado a odiarse y despreciarse a sí mismo. Deslizó la mano hasta debajo de su mentón para obligarlo a levantar la cabeza, “Ya está, mi amor, no te tortures más”, besó sus párpados que se mantenían cerrados fuertemente, abrazándolo contra él.
Se enderezó en la silla, intentando recobrar la entereza. Pitó el cigarrillo que se había consumido parcialmente, despojándose de la ceniza. “¿Quedan más preguntas o terminamos?”, farfulló con la garganta seca. Cebó otro mate.

Su rostro se iluminó por un momento. “Lo que a mi me ayudó a superarlo... es hacer lo que me gusta... En mi caso, cocinar...”, se encogió de hombros, “Desde chico, siempre amé cocinar, ayudar en la rotisería, aprender nuevas recetas. Creo que... eso es lo que me hizo... salir adelante, trabajar, ponerme un objetivo y... esforzarme para cumplirlo”, dijo con una confianza que contrastaba con su posición anterior mientras pegaba la última pitada al cigarrillo y lo aplastaba en el cenicero que al comienzo de la charla estaba vacío.
Sus ojos reflejaron una mirada tierna y sonrió orgulloso ante su capacidad de recuperación. Apartó las hojas, arrastrando la silla hasta ubicarse a su lado, apoyando la cabeza en su hombro y acariciando su mejilla. “Terminamos. No te torturo más... Gracias por ayudarme”, susurró ante la mirada asombrada del moreno.
Thiago largó una risita. “Gracias a vos por soportar mis... cambios de humor”, murmuró besando la mano que lo acariciaba.


Extrajo el celular del bolsillo de su pantalón y se arrojó sobre el sillón en toda su longitud, apoyando la cabeza sobre su regazo. Thiago hacía de comer, él lavaba los platos. Le parecía un intercambio justo, además que la obsesión del moreno no lo iba a dejar descansar hasta dejar la cocina completamente inmaculada y ordenada, por mas exhausto que se encontrara luego de su jornada laboral. Le sonrió satisfecho. Lo que probablemente para Thiago había sido una aburrida espera para él había sido muy productivo para su tesis. En exceso, ya que Manu le relató detalles sobre su propio proyecto y le solicitó una copia de la tesis luego de su presentación. Estiró la mano para acariciar su mejilla. “¿Cansado?”, preguntó al verlo adormilado.
“Un poco... Bastante...”, sonrió mientras acariciaba sus cabellos desordenados. Debería pararse e irse a descansar a su casa para ir al trabajo al día siguiente, pero estaba tan cómodo allí sentado en la penumbra del living-comedor, sintiendo el calor del cuerpo de Franco recostado contra él. Además de ser apenas las diez de la noche, aunque su reloj biológico le marcara las dos de la mañana. “Me tengo que ir a casa”, murmuró desganado.
“Nooo, quedate...”, imploró Franco, estaba malacostumbrado a disfrutar de su compañía desde temprano, pero con toda la movilización de su tesis tenían menos tiempo para compartir.
Largó una risa cansada. “Tengo que ir a trabajar mañana”, comentó rogando internamente que no siguiera insistiendo.
Entrecerró los ojos, ensayando su mejor mirada seductora. “Vas desde acá mañana... Quedateee...”, volvió a suplicar.
Embobado por esos ojos que nunca podría rechazar, sonrió resignado. “Está bien, me quedo”, dijo inclinándose para saborear sus labios.
Comenzó a regodearse de su poder de persuasión cuando su celular comenzó a repicar, vibrando sobre la mesa. Miró extrañado la pantalla, no reconocía el número con característica de Buenos Aires, no era parte de su agenda de contactos. Se enderezó sentándose en el sillón para contestar, “¿Hola?”.
Al otro lado le contestó una voz femenina que le resultaba familiar, “¿Hola? ¿Franco?”.
“Sí, ¿quién habla?”, preguntó reconociendo casi al mismo tiempo de quién se trataba.
“¡Soy yo, Celeste!”, exclamó algo ofendida.
“Ah... Celeste...”, repitió sorprendido.
“¿Qué? ¿Me borraste de tus contactos?”, preguntó entre risas.
“Eeeh, sí... Normalmente a mis ex-novias las borro de mi agenda...”, comentó mirando de reojo a Thiago. La expresión en su rostro había pasado de estar relajado y somnoliento a un estado completamente opuesto.
La voz al otro lado de la llamada emitió una risita aguda. “Siempre igual... Te llamaba porque me encantó cruzarme con vos en la Facultad hoy a la mañana...”, dijo despreocupadamente.
“Ahá... Sí, me recorrí todo el edificio buscando a mi director de tesis...”, explicó Franco, su corazón empezó a saltar al ver a Thiago incorporarse. Obviamente podía escuchar la voz chillona de Celeste a través del parlante del celular, con lo fuerte que hablaba posiblemente podía escuchar la conversación a varios metros de distancia.
“Y bueno...”, continuó Celeste, “Me trajo viejos recuerdos, estuve pensando que quizás me apuré en cortar nuestra relación. Nuestra discusión fue bastante estúpida... Así que quería saber si querías salir a tomar algo y charlamos...”
“Eeeh... No, mirá... No puedo...”, su mirada siguió al moreno hasta el balcón, donde prendió un cigarrillo acodándose en la baranda.
“¿No me digas que todavía estás ofendido por lo que te dije sobre no tener empatía?”, bromeó sarcásticamente.
Rechinó los dientes, conteniendo varias contestaciones agresivas que le vinieron a la mente. “No, es que...”, comenzó a responder.
“Entonces... Dale, salgamos a tomar algo...”, interrumpió sin dejarlo completar la frase.
“No puedo. Estoy saliendo con alguien”, contestó secamente algo irritado por el tono soberbio de su voz. Era muy hermosa, y lo peor es que ella era consciente de ello sabiendo como utilizarlo para seducir a cualquier estúpido... como él.
“¡Ay! ¿En serio? ¿Es muy celosa tu novia?”, continuó bromeando con tono seductor.
Exhaló pesadamente, comenzando a exasperarse. “Cualquiera se pondría celoso si su novio sale a tomar algo con su ex... y sí, mi novio es muy celoso”, concluyó mirando en dirección al balcón, desde su posición podía ver la espalda de Thiago con su cuerpo apoyado sobre sus antebrazos. Silencio. Finalmente había logrado dejarla callada. “Gracias por llamar. Adiós”, saludó de manera escueta. Antes de colgar logró escuchar algo que sonaba a una pregunta, pero no le importó en lo más mínimo. De un salto se puso de pie, guardando el celular en el bolsillo, caminando lentamente hacia la ventana, observando la actitud molesta del moreno.
Miró sobre su hombro, observando como se acercaba analizándolo con sus gigantes ojos marrones, buscando una reacción. Tan hermoso con sus cabellos dorados revueltos. Su cuerpo que se había torneado en forma muy masculina, gracias a la buena alimentación y a las caminatas diarias que realizaba para evitar gastar en colectivos, se encontraba alejado de ese esqueleto raquítico que había conocido un año atrás, sobre el que la misma ropa que llevaba puesta flameaba cual bandera. No era de sorprenderse que Celeste o cualquier otra mujer sintieran atracción hacia él. Suspiró, pensando que quizás era parcialmente su culpa.

Volvió a bajar la mirada hacia la oscuridad de la calle. “¿Qué querés que te diga? Te llamó tu ex-novia para invitarte a salir”, dijo encogiéndose de hombros. Sentía una insoportable presión en su pecho, apretándolo hasta casi dejarlo sin respiración.
“Hoy me tuve que recorrer toda la facultad de arriba a abajo buscando a mi director de tesis, porque no lo encontraba. Y me la crucé”, relató con tono monótono, “La saludé y seguí en la búsqueda. Y la muy turra parece que todavía tiene mi número agendado”.
Thiago asintió admirando como bailaban las sombras de los árboles contra las paredes vecinas.
“Decime algo”, pidió Franco.
Sonrió socarronamente, “Algo”
“Muy gracioso”, exclamó con tono sarcástico. “Hablame, gritame, pegame... No se, descargate pero no te quedes callado”, refraseó para forzarlo a reaccionar.
Volvió a suspirar resignado. “¿Qué querés que haga? ¿Qué te estrelle la espalda contra la pared y te empiece a gritar un montón de acusaciones sin sentido?”, dijo evocando el arranque de celos más fuerte que había visto en Franco, “¿De qué sirve?”.
“¡Sirve para que por lo menos me hables y me digas que se te cruza por la cabeza!”, vociferó con tono exacerbado. “Es obvio que te cayó para el culo que me llamara... Hablame...”, terminó la frase apoyando la mano en su nuca, deslizándola lentamente por su espalda.
Desvió la mirada hacia el costado, “Franco, ya te dije. Si un día venís y me decís que te querés ir con una mina, yo no puedo hacer nada. Por empezar, ya eras hetero antes de salir conmigo. No tengo como... competir contra eso.”, concluyó balbuceando las últimas palabras mientras arrojaba la colilla al vacío de la calle.
“¿Y ya está?”, preguntó sin obtener respuesta. Deslizó su mano hasta sujetar su mentón forzándolo a girar el rostro para mirarlo a los ojos, reflejando una soledad infinita. “O sea, me dejas ir y... vos seguís tranquilo, con tu vida normal...”, exclamó con desdén.
Blanqueó los ojos, algo llorosos. “No, quedo hecho mierda y me van a tener que juntar en pala porque... te amo muchísimo... Te amo más que a nadie en mi vida...”, su voz se quebró, comenzó a parpadear rápido hasta que sus largas pestañas negras quedaron húmedas, sin derramar una lágrima.
Tomó su rostro con ambas manos, enternecido por sus palabras, por sus gestos. Besó dulcemente sus labios, “Te amo”, comenzó a repetir con cada beso recorriendo sus mejillas, sus párpados, su frente, su mentón, para volver a su boca y terminar con un profundo beso. Se separo al cabo de unos segundos, apoyando la cabeza en su hombro. “No quiero estar con otra persona, no quiero salir de tu vida ni que salgas de la mía. Y estoy podrido de hablar del tema, de los celos míos que me sacan de quicio, de los celos tuyos que no expresas...”, se separó un momento para mirarlo fijamente a los ojos. Se mordió los labios, por su mente pasaban mil pensamientos, “¿Sabés qué? Vos te la re jugás por mi, a pesar de toda esa incertidumbre que tenés, de pensar todo el tiempo que... que te voy a dejar para irme con una mina... Estás conmigo igual... Creo que es hora que yo me la empiece a jugar más por vos...”, completó la frase absorto mientras una idea comenzaba a formarse en su cabeza.
“No te entiendo...”, sacudió la cabeza intentando comprender de que estaba hablando.
“La próxima vez que vaya a Pinamar le voy a contar a mi familia de nosotros... Es más, de ahora en más le voy a contar a todo el mundo. Me importa una mierda”, dijo abriendo los brazos y sonriendo como si se hubiera sacado un gran peso de encima.
Sus ojos se abrieron gigantes, “Estás loco”, farfulló mientras se tapaba la boca. Lo tomó de los hombros con el temor reflejado en su rostro, “No. No hagas eso. No quiero que tu familia se aleje de vos por mi culpa. No hagas eso...”, volvió a repetir.
“¿Qué van a hacer? ¿No hablarme mas? Si ahora no me hablan, la única familia real que tengo es mi hermana y... ella me va a entender... Mis amigos... Tincho ya lo aceptó, los demás no me importa si no me quieren dirigir la palabra. ¿Y el resto de la gente? Le acabo de contar a Celeste”, habló acelerado, emocionado por la decisión que acababa de tomar, señalando hacia el sillón donde había estado sentado conversando por teléfono.
Sus manos resbalaron por los brazos de Franco hasta sus manos con total señal de sorpresa. “¿Qué te agarró? ¡Estás re loco!”
“¡No! Ese es el tema... Es la decisión más clara que tengo desde que elegí estudiar Psicología”, apretó fuerte sus manos, “Quiero estar con vos hasta que tengamos canas y tengamos que... tomar pastillitas azules para que se nos pare... Así que... no voy a vivir escondiéndome... de nadie...”
Largó una fuerte carcajada, inclinándose hacia adelante hasta apoyar la frente contra su pecho. Cuando se enderezó sus ojos estaban llorosos no sólo por la risa, sino también por la intensidad de sus palabras. “Pastillitas azules... esa me mató”, aclaró su garganta, “No se que desquicio te agarró, pero... pensá bien lo que vas a hacer. En serio, me dolería mucho que tu familia y tus amigos te dejen de lado... por mi culpa”
Tiró los brazos alrededor de su cuello, pegando sus mejillas. “¿No querés que estemos juntos hasta que seamos viejitos?”, murmuró suavemente a su oído.
“Parece que me estás pidiendo matrimonio”, comentó soltando una risita algo nerviosa, abrazando su cintura.
Se separó un momento para observarlo, “No, todavía no. Pero podríamos empezar por la convivencia... Cuando me reciba...”
Arqueó las cejas, con los ojos desorbitados, sin poder asimilar todas las palabras que salían de su boca. “En serio, ¿qué te agarró? ¡Te llamó tu ex-novia y de repente me estás pidiendo que vivamos juntos!”
“Te amo... y vos me amás, confío en vos y vos confías en mi, ¿no?”, preguntó mirándolo a los ojos, viendo como asentía embobado, “Nos llevamos bien, discutimos con respeto... En la cama, echamos chispas, o más bien fuegos artificiales... Y eso te aseguro que no me pasó jamás...”, volvió a recostarse contra él, besando su cuello, “Quiero dedicar mi vida a hacerte feliz, ¿puedo?”
Entrecerró los ojos, disfrutando sus besos. “Fran...”, murmuró con tono paciente intentando no desviarse de la conversación.
Enderezó su cuerpo para mirarlo a los ojos fijamente, “No necesitás contestarme ahora... Pensalo... Además tenés bastante tiempo hasta que me reciba”, dijo sonriendo.

Franco comenzó a tironear de su camisa para sacársela mientras volvía a su boca, “No escucho que te quejes mucho cuando prendo la maquinita”, bromeó mordisqueando sus labios, provocando que el moreno le devolviera una sonrisa pícara mientras deslizaba las manos por debajo de su remera, atrapando los besos y devolviéndolos con mayor intensidad. Se aproximó a su oído para susurrarle, “Dame hasta que me desmaye”
Lo recorrió una electricidad de pies a cabeza, respondiendo a la provocación, ciñó fuertemente sus brazos alrededor de su cintura levantándolo y comenzando a caminar hacia la habitación, provocando que Franco enlace sus brazos y piernas alrededor de él para sostenerse mientras largaba una risita nerviosa.
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