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Cuatro interminables horas de teoría sobre un tema que ya había profundizado gracias a su lectura nocturna lo llevaron al comedor en hora pico. Se adueñó de una mesita en una esquina, cerca de la puerta, desparramando algunos apuntes que había retirado de la fotocopiadora, escudriñando los temas que trataban. Estaba profundamente concentrado cuando escuchó la voz aguda a su lado.
“¡Franco, por fin te encuentro!”, exclamó Celeste rodeándolo con un brazo mientras besaba sus labios.
No pudo más que parpadear por la sorpresa, como si su novia se hubiera materializado súbitamente a su lado. Musitó un saludo que se vio cortado por una fuerte algarabía. Detrás de ella se aproximaban el resto de sus compañeros, o sus ex-compañeros de cursada, ya que él era el único del grupo que había seguido avanzando en la carrera mientras el resto se entretenía recursando materias, además de las descontroladas salidas nocturnas. Aunque le hubiera encantado sumarse a esas farras, no podía darse el lujo de perder ni un minuto, no podía retrasarse en la carrera.
“¿Ya comiste?”, cuestionó Celeste con cierto reproche.
Pasó la mano por sus cabellos rubios observando al resto del grupo ocupar los distintos lugares de la mesa. “No, todavía no”, respondió juntando los papeles, metiéndolos a presión en su carpeta antes que se vieran desparramados por el piso.
“Bueno, vamos a comprar la comida”, ordenó su novia, tironeando de su brazo. Cruzaron entre el laberinto de sillas ocupadas por estudiantes hambrientos y comiendo a las apuradas, pidiendo permiso ocasionalmente hasta llegar a la interminable fila que llevaba hasta los dependientes que se encargaban de despachar la comida. “Pufff, no vamos a salir más de acá”, farfulló a regañadientes, mirando hacia delante donde un ayudante de cocina estaba reponiendo prolijamente, borde con borde, los contenedores descartables con las raciones servidas del menú del día, ya envueltas en film plástico.
“Estoy cagado de hambre, creo que hace como dos días que sobrevivo a mate”, comentó Franco, sacando el celular del bolsillo para mirar la hora, “Igual tengo como dos horas hasta que empiece la próxima clase, ustedes están más apurados con el tiempo”
“Tengo clase en treinta minutos. Y no me libero hasta las cinco de la tarde. Si no como algo ahora, me desmayo a mitad de la clase”, bromeó Celeste.
Distraído, intentando no pensar en el hambre que lo invadía, ni en la indiferencia de su novia que había ignorado completamente su comentario, importándole nada que estaba famélico por llevar dos días sin comer, que en realidad eran tres, tomó un bandeja plástica con cubiertos y algunas servilletas de papel, mientras seguía avanzando por la fila que marchaba pegada a la mesada del comedor. Levantó la mirada al sentir una presencia frente a él, y, pensando que había llegado su turno, pidió un menú del día, pero las palabras le quedaron silabeadas y atoradas en la garganta, no sólo porque la persona frente a él era uno de los ayudantes de cocina, sino también porque se encontró con los ojos más turquesa que había visto en su vida devolviéndole la mirada.
El ayudante de cocina miró alrededor, buscando a uno de los dependientes que tendría que estar atendiendo. Estaban en la otra punta de la mesada, atendiendo a las personas más avanzadas en la fila. Volvió a mirar a Franco. No era parte de su trabajo atender, pero esa persona se lo había quedado mirando fijamente. Así que tomó dos de las bandejas que acababa de acomodar y se las entregó, guiñando un ojo. Cruzó un dedo por sus labios, con la complicidad un secreto, “Cuidado que está caliente”, susurró con voz grave.
Franco miró las bandejas, volteó a ver la interminable fila, y volvió a girar para dar las gracias, pero el ayudante ya estaba alejándose por el pasillo que conducía a la cocina. Miró sonriendo a Celeste y lo más disimuladamente posible, se dirigieron a la caja a pagar. Inadvertidamente, se habían colado en la fila y estaban liberados de tan tediosa espera, salvando unos minutos de precioso tiempo.
Ambos llegaron riendo a la mesa, donde estaban sus compañero terminando de comer. Rieron mientras Celeste les contaba con extremo detalle lo que había sucedido.
“¿Cuál era el ayudante?”, preguntó el muchacho sentado junto a ella, “¿El flaco alto?”.
Celeste estaba intentando deglutir la comida que tenía en la boca, mientras hacia gestos con el tenedor. “No, el otro. Me resulta cara conocida, pero no se bien de donde”, contestó entre masticadas.
Franco levantó la cabeza de la bandeja, la comida estaba muy rica o sería que él no había comido otra cosa más que porquerías durante el fin de semana. “Es uno que tiene ojos azules”, sentía que no era apropiado mencionar la impresión que había tenido al ver esos ojos, seguramente le responderían con un comentario homofóbico.
“Aaaah, ya sé cual...”, exclamó dándole un codazo a Celeste que demostraba demasiada confianza para el gusto de Franco, “Claro, boluda, trabaja en la barra del boliche este que fuimos la otra vuelta”
La muchacha lo miró, intentando recordar de que boliche estaba hablando, porque habían recorrido unos cuantos.
Franco paseo la mirada entre ambos, percibiendo con recelo la distancia que los separaba, rara vez salía a bailar con ellos porque eso implicaba gastar dinero... dinero que no tenía. Pero era consciente que sus compañeros salían de juerga casi todos los fines de semana, incluyendo a su novia.
“¿Inferno?”, preguntó Celeste con tono dubitativo.
El resto del grupo la miró y largó una sonora carcajada, provocando que la gente en las mesas vecinas los miraran despectivamente. “Aaaah, el boliche gay”, dijo uno de ellos por lo bajo.
“¿Qué carajo hacían ustedes en un boliche gay?”, pregunto Franco arqueando las cejas.
El compinche de Celeste sonrió, “Estábamos con las chicas y estaban empecinadas conque querían entrar a chusmear como era, porque les habían comentado que se ponía bueno el boliche, tiene buena música, se llena de gente, en fin... y dijimos bueno, veamos... así que fuimos”
Siguiendo el relato de su amiga y haciendo gestos con la botella de agua en la mano, otro de ellos continuó, “Sí, está bueno. Lleno de gays y lesbianas, obvio. Pero buena onda. Hay dos barras, una atendida por tipos y otra atendida por minas, y hay un horario en que cada barra hace una especie de show... re gracioso... se paran arriba de la barra y se ponen a bailar... ¡El de las chicas estaba re bueno! Son tres tortas que se franelean entre ellas, y las minas están que se parten”
“Los pibes también están buenísimos. Con las chicas dudamos si los que atendían cada barra eran en realidad gays o no”, dijo Celeste inclinándose hacia adelante.
Algo molestó, Franco intentó disimular sus celos. No es exactamente que le prohibiera salir con sus amigos, ni que le molestara que se regodeara la vista con otros hombres, pero tampoco era necesario refregárselo en la cara. “¿Y entonces? ¿Este pibe labura ahí?”, preguntó, lo estaba matando la curiosidad y comenzaban a desviarse del tema.
Celeste asintió riendo, “Sí, sí, me acuerdo clarito porque Jazmín le clavó el ojo ni bien fuimos a la barra, para mi es súper gay después de verlo bailar, pero que se yo... por ahí labura ahí por la plata nomas”
Franco se sentó de costado en la silla, apoyando el brazo en el respaldo mientras comía un pancito que había manoteado a la pasada. Volteó hacia la cocina, sólo podía divisarse a los dependientes, sin visual hacia el interior, no había ayudantes a la vista. “Pero este pibe es nuevo, no lo había visto antes”, comentó mientras apartaba la bandeja delante suyo.
“Son pasantes”, contestó el compinche de su novia, “Del instituto de la otra cuadra, tengo una amiga que está en el último año que me contó que estaban haciendo pasantías rotatorias en el comedor de la facultad”.
Volvió a mirar pensativo hacia la cocina. Pasantes, de la carrera de chef. ¿Y trabajaba en la barra de un boliche gay? “Entonces debe estar laburando para pagarse los estudios, porque es una carrera cara y el instituto es privado. Es una persona generosa porque nos dejó colarnos en la fila y nos atendió aunque no era su trabajo, y por la forma en que organizó los contenedores de comida, es muy obsesivo del detalle”
Celeste emitió un sonido ahogado mientras intentaba reírse tomando agua, en lo que sonó como una gárgara. “Ahí estaba, me preguntaba a quien estabas psicoanalizando ahora”, dijo mientras tosía, “Es más fuerte que vos, eh? Mirás algo o alguien que te llama la atención y no lo largás hasta que matás la curiosidad”
Franco la miró de reojo, le sacó la botella de la mano y tomó un trago, “¿Y desde cuándo me psicoanalizás a mi?”.
El grupo estalló en otra risotada, interrumpiendo el almuerzo de todos a su alrededor. Era un impulso irresistible analizar a la gente. Si contaran la cantidad de estudiantes de psicología en ese comedor, en cada mesa había un candidato al manicomio y 4 futuros psicólogos tomando nota de su comportamiento.

Caminaba apurado por el sendero arbolado cuando escuchó el tono de su celular. Sin aflojar el paso, lo extrajo del bolsillo de la campera, leyendo el mensaje.
Miki, Lunes, 14:56hs
Me pasas a buscar o voy directo?
Thiago, Lunes, 14:57hs
Recién salí. Anda yendo.
Volvió a guardar el celular en la campera mientras llegaba a la parada del colectivo. Se había retrasado al abandonar su turno en el comedor, provocando que estuviera llegando tarde a su siguiente trabajo. Se sentó con un resoplido apoyando la cabeza contra el respaldo, arrojando el morral a su lado. Estas corridas lo estaban matando y encima acarreaba pocas horas de sueño. “Ya falta menos”, murmuró para sí mismo, “Un esfuerzo más”. Un ruido a su derecho provocó que girara sobresaltado para encontrarse con el rubio despeinado que se había colado en la fila al mediodía, aquel que se lo había quedado mirando embobado. Lindo, pero hetero, el radar no le fallaba.
“Ah... Hola...”, balbuceó Franco, intentando desentrañar en su cabeza las palabras que había escuchado en un murmullo. Las clases de la tarde habían sido suspendidas, oportunidad que decidió aprovechar para volver al departamento a continuar estudiando. Al salir del edificio lo había reconocido a lo lejos, recorriendo el camino de salida de la universidad, y apuró el paso para alcanzarlo.
“Hola”, saludó Thiago con sonrisa cansina. Tomó el morral para dejarle espacio en el banco de la parada.
“Gracias por hoy”, dijo Franco, tomando asiento junto a él, a una distancia prudente de un desconocido, respetando su espacio personal.
Chasqueó la lengua. “No fue nada... Escuché que le comentabas a tu novia que hacia dos días que no comías, así que... Eso te da derecho a colarte en la fila”, respondió con un ademán restándole importancia al asunto.
Lo miró asombrado. Un completo extraño había prestado más atención que su novia a su situación famélica. Interesante. “Franco”, se presentó extendiendo la mano.

Levantó la mano para saludarlo, pensativo.
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